Pensé, mientras el coche se lanzaba contra el muro, en Margarita y en su esbelta figura cuando
os alejáis de la mano. Cerráis la puerta con paso saltarín y coqueto, insoportable. Tú no lo
sabes, pero con frecuencia oigo vuestras carcajadas que os despegan del suelo con alitas de
ángel. Tampoco olvido la cara de idiota que pones, ya sólo de verla, cuando vienes a buscarla.
Ayer ni me saludaste y te dejaste aquí las llaves. Lo siento, pero comprenderás que he tenido
que quitar el freno de mano.
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