Pensé mientras el coche se estrellaba contra el muro ¡que ya era su hora!
20 años de servicio al son de aquel par.
Él miraba la escena con tristeza mientras su preciado compañero de viaje tenía ese inevitable final.
Yo, más aliviada, sólo miraba aquella carita redonda de vivos ojos e inquietas maneras que ahora nos acompañaba en nuestros viajes.
Y es que, cuando dos se convierten en tres, la renuncia a lo antiguo es inevitable, y ese viejo amigo, gastado de tantos kilómetros, no podía tener otro final que su propia autodestrucción.
¡Ahora sí podemos cambiar de coche!…
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