Lástima que no haya billetes para maniquíes. Dicha frase, arrastró mi intelecto a la mirada penetrante de aquellos días, que tire a la buhardilla sin contemplación los maniquíes, al clausurar el almacén de lencería erótica. ¡Se miraba en sus pupilas, el lánguido lamento de quien conoce, será lanzado al olvido! Cada mañana, peinaba sus cabellos, limpiaba rostros y manos como si fuesen mis hijos, sumida en un monólogo extraño. ¿Me han pensado? ¿Se han percatado de mi ausencia? ¿Descansaron? ¡Mírate tú! Hoy descubro con hilaridad, que no hablaba con ellos, hablaba conmigo, hablaba de mí.
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