Lástima que no haya billetes para maniquíes. Firmado el traspaso, maleta lista, el pasaje de avión a Wuhan en el bolsillo; quedaba despedirme de la sastrería que había sido mi vida. El local estaba vacío a excepción de tres muñecos que el el nuevo propietario había querido conservar, como decoración del nuevo Bar.
Dos hombres y una mujer desnudos, añorando los tiempos en que cambiaban de traje cada semana.
No quise prolongar más el triste momento, avancé hacia la puerta. Al cerrarla y echar el último vistazo, creí ver el brillo de una lágrima en la cara de la chica.
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