Lástima que no haya billetes para maniquíes, así te llevaría conmigo. Te sentaría a mi lado con tu cara de porcelana pura; tus tetas, par de melocotones acabados de nacer; tu cintura, lista para un precioso moño de seda; tus caderas, un par de globos recién inflados; y tus piernas, pedestales broncíneos. Solo necesitarías congelar tu sonrisa. Nadie sabría del abismo que habita tu cabeza y yo estaría libre de tus palabras. ¡Qué hermoso viaje tendríamos!
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