Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro que no daría reversa, era el viaje que había soñado por meses y meses y no permitiría que sus celos e inseguridades me quitaran el boleto que tenía.
Él, por su parte, tuvo el descaro de plantear un chantaje, si te vas –dijo- regreso a casa de mi madre.
¡Pobre cobarde! Sus palabras sólo consiguieron que sacara de la maleta los frenos que me tenían atada; subí al coche y ascendí por la cuesta que me llevaría al inmenso mar, del otro lado de las montañas.
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