Lástima que no vendan billetes para maniquíes, porque si pudiera, volaría lejos y dejaría de sentirme como un autómata, sin posibilidad de quejarme cuando me mueven las manos y los pies en formas ridículas o cuando me visten con ropas extravagantes. Dejaría de ser observada tras la luna de un escaparate, tal vez envidiada. Si pudiera, compraría un pasaje para esconderme en el fin del mundo.

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