Lástima que no haya billetes para maniquíes, leyó.
Marcos cerró el libro y lo arrojó sobre el asiento del acompañante.
El sol del medio día calentaba el aire en el auto, se sentía ahogado y demasiado ansioso.
Agarro el celular y tecleo rápido.
Volvio a tirar el celular a un costado, se sintió explotar por dentro, cerró los ojos y pareció rezar sin querer.
En un instante el zumbido del celular detuvo el tiempo y su pulso.
La brillante pantalla se volvió a encender y Marcos exhalo. Se dibujo en su cara una leve sonrisa.
«¿Almorzamos hoy Naty?»
«Si dale»
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