—Lástima que no haya billetes para maniquíes. En bodega llegará destrozado.
—Tranquilo, Albert, yo me encargo. Tráetelo a casa la noche antes del vuelo.
En el aeropuerto
—¿Tienes el pasaporte en el bolso, Diane? Permíteme… Gracias.
Aquí tiene, señorita: los tres billetes y los pasaportes de mi amigo, su señora tetrapléjica y el mío.
—¡Qué fácil ha sido, Michael! Mira, de algo me ha servido conservar el guardarropa de mi difunta esposa.
—No cantes victoria, Albert y empuja la silla. Diane debe pasar el control de seguridad, así que todavía puede ser que enviudes por segunda vez.
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