En esta maleta no cabe casi nada. Lo bueno y lo malo se complementan. Intenté meterme ahí hace años. No funcionó. Acabaron encontrándome las responsabilidades y el tiempo (tan magullado ya no quepo).
Entonces, aprendí a viajar sin equipaje. Salió caro. Desconfiad de la climatología. Los elementos me cincelaron. Sopesando riesgos, cogí la brújula. Remolinos y laberintos deslocalizaron mi Norte hasta que las camisas de fuerza equilibraron mis locuras a las del resto.
El dolor de espalda mató a la mochila y a mi sed de aventuras. Las cajas corrieron igual suerte, relegadas a las mudanzas. Solo quedó esa maleta.
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