«A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir» me dije al ver su cuerpecito lleno de lodo. A pesar del peso del barro, la pequeñita quería pararse y caminar. La cogí para ayudarla, pero era imposible tenerse en pie. Su agilidad y elegancia estaban enterrados en ese líquido pastoso que se había comido nuestra casa. No quedaba ni un ápice de esperanza en ese lugar, después de limpiarla viajamos en búsqueda de una mejor vida. Solo nos teníamos a nosotras y unos cuantos pesos. Lo que aprendimos fue que éramos más fuertes de lo que imaginamos.
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