En esta maleta no cabe casi nada, y se sentó encima de ella para poder cerrar la cremallera y despedirse de la habitación que quizá no volvería a ver.
Al salir del portón, pensó que ya no tendría que lidiar con la cerradura vieja de aquella casona del centro de Caracas, sin saber con qué cerraduras y personas se toparía al llegar a Madrid.
Las calles de la ciudad estaban despertándose, ensuciada por restos de la última manifestación. Esta vez, Carlos Eduardo se había quedado escondido, esperando a que pasasen las horas necesarias para despedirse de su país.
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