Cuando el reloj pisaba las seis de la tarde, las maletas esperaban ansiosas frente a la puerta, mientras las gotas de lluvia se colaban por el tejado golpeando el piso de ciprés, construido el siglo anterior. Joan veía con disimulo el retrato de Carlotta, que empañado por los años, se encontraba cubierto por el polvo amarillento de las navidades pasadas. Lo acompañaría al olvido la chaqueta gris que Carlotta le había obsequiado, paciente, caminó hacia el sepulcro, observó el nombre de Carlotta en la lápida y rompió en llanto, al entender que sería la ultima vez que visitaría aquel lugar.

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