En esta maleta no cabe casi nada, se dijo Lucrecia. Sus ilusiones se esfumaron. La imagen de mujer fatal en el exclusivo club desapareció con una estela del humo de su cigarrillo. Miró de nuevo las prendas que quería llevar. Estaban apiladas sobre la cama. Dirigió la vista a su maleta y quiso llorar. Era ridículo. ¿Por qué les habían limitado el equipaje? No podría llevarse ni una cuarta parte. ¿Y si compras lo que falta? “¿Estás tonta o qué? —se reprochó—¿Cómo voy a conseguir de nuevo esas prendas tan caras?”. Ni hablar. Lo echaré a suertes, Dios dirá.

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