Envuelta entre mis brazos, me encuentro en la amplia esquina de mi hogar. Es otoño y puedo observar como cada hoja de los arboles roza mi piel. La brisa no tan armoniosa combate contra mi rostro. Mis ojos están cerrados y con eso basta para ver absolutamente todo mi entorno, la gente va de aquí para allá, como si el mundo se moviera excepto yo, me encuentro pausado o simplemente voy con lentitud. Gritos, bocinas, más gritos, frunzo el ceño. De repente, el mundo se invirtió, soy yo, puedo moverme, encontrarme, reconocerme. Me pongo de pie y simplemente sigo con mi día. En ese preciso instante entendí que el reloj es solo un número redondo flechado por un diseñador y que cada persona debe pactar su propio momento.
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