Una lámpara olvidada tintinea de noche y de día tras los escaparates del comercio de la esquina. Parece intentar comunicarse en código Morse con alguien que la pueda ayudar.

La gran artería principal, siempre concurrida de autos y personas, viste su manto de asfalto de negro como en un sepelio. Compungida y solitaria está.

El silencio lo envuelve todo, ni los pájaros se atreven a cantar. Un silencio con el que te duelen los oídos. En tu interior sabes que no es normal y que augura algo más.

Días grises y de lluvia te acompañan en el caminar presuroso hasta tu puesto de trabajo. Eres de los esenciales y tienes permitida esa movilidad.

El enemigo acecha en cualquier parte, nada te atreves a tocar. Cruzas de acera si a alguien ves venir. Ya incluso a los vecinos saludas desde la distancia, deseos de salud le trasmites, no hay tiempo para hablar más.

Colas interminables a la entrada de los establecimientos de primera necesidad, cada dos metros una señal en el suelo que no te debes saltar. Saltarse el semáforo en una carretera sin tráfico es menos arriesgado que saltarse esa señal.

El vacío, el silencio y el miedo se refleja en todas partes. Un gran abismo se ha abierto ante todos.

Meses robados tachados en un calendario sin casi empezar.

Vidas sustraídas incrementan los números sin parar. Amargos recuerdos de números marcados en la piel. Tras cada número una historia familiar.

Tristeza en los ojos, sonrisas apagadas tras máscaras de gas.

La guerra acaba de empezar.

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