Cualquier mañana las personas que pasan por el Parque del Oeste de Valencia pueden escuchar los acordes musicales de un instrumento de cuerdas desconocido para la mayoría. Quienes aguzan el oído y acompañan sus pasos con un leve giro de cabeza descubrirán, sentado en un banco cercano, a un hombre tocando una especie de guitarrita de cuatro cuerdas.
–¿Es un ukelele? –pregunta una mujer joven que empuja un cochecito con un bebé.
–No, es un cuatro venezolano.
El cuatro es el instrumento rey de la música venezolana. Heredero de la guitarra española, tiene cuatro cuerdas que se afinan (mirando al intérprete) así:
la -1ra cuerda
re – 2da cuerda
fa# – 3ra cuerda
si – 4ta cuerda
Con el cuatro se ejecuta casi la totalidad de los géneros musicales folklóricos: la gaita zuliana, el calipso de El Callao, los aguinaldos y la parranda, el galerón, el polo margariteño, los valses andinos, el golpe y el tamunangue larenses, el merengue caraqueño, la fulía, la tonada y, cómo no, el emblemático joropo llanero.
El cuatro de Rafael Gil tiene los trastes gastados y la caja se le partió por el borde inferior, la mantiene unida con cinta adhesiva. Las clavijas, en cambio, son grandes, nuevas y relucientes, se las compró a un «pana», un chaval amigo, por cinco euros.
A veces, los viandantes escuchan cantar al hombre que toca cuatro. Son canciones pegajosas, muchas de ellas nostálgicas. La nostalgia es algo que parece desprenderse de las cuerdas y de la garganta de ese hombre moreno que canta en un parque de Valencia, España, a 6 mil kilómetros de su hogar.
–Y yo, que muero de soledad, tengo la yegua ensillá, para los dos….
Rafael Gil tiene 59 años, la piel morena y el cabello escaso. Viste con camiseta, pantalones jeans gastados y zapatillas de goma. Es de Maracay, ciudad industrial a 110 kilómetros al occidente de Caracas, y se dedicaba vender seguros.
No le preguntamos por qué se vino a España y cómo fue a parar a Valencia. Más de 4,7 millones de personas según ACNUR, más de 5 millones según la oposición, se han ido de Venezuela a causa de la situación económica. (https://www.acnur.org/situacion-en-venezuela.html)
Venezuela es un «casi país»: La economía está casi paralizada, la moneda local es casi inexistente, el país está casi dolarizado, casi siempre falta algo necesario para la vida cotidiana: comida, agua, gas, electricidad, gasolina, dinero. Por ello, uno de cada cuatro venezolanos ha emigrado. La mayoría deja padres, cónyuges, hijos, sobrinos. Y eso es grave para un país que culturalmente es «familiero», o sea muy apegado a los parientes.
–Usted sí que es bien bonita, señorita…. –Canta Heriberto –sin malicia– a unas chicas que pasan. Es una canción de Gualberto Ibarreto, icono de la música popular venezolana. Para recordar las letras, Heriberto las tiene escritas en gastados papeles que apoya sobre sus piernas.
–Mango de hilacha, caracha, pa las muchachas….
No canta de manera profesional, admite que está aprendiendo. Para ello ve tutoriales en internet donde decubre la importancia de la respiración abdominal y cómo afinar la voz, entre otras cosas útiles.
–¿Qué quieres que te cante? –pregunta.
Pero en verdad su repertorio es limitado. Algunas de Gualberto, algunas de Simón Díaz como la famosa Caballo Viejo, incluso algunas canciones del repertorio popular latinoamericano como las de Julio Jaramillo, que logran que los ecuatorianos que pasan por el parque se detengan ipso facto a llorar los despechos del recordado bolerista de Guayaquil, que muchas veces cantó en Venezuela.
–La gente de aquí es fría –dice Heriberto.
Tal vez se refiere a que los españoles no se detienen a escuchar. Cuando le preguntamos cuánto cobraría por presentarse en una sala se rasca la cabeza y admite no tener idea. Desde que está en España (poco más de un año) ha hecho cosas diversas para ganarse la vida: repartir comida, cargar cajas, pero no se le ha pasado por la cabeza hacer música por dinero.
–Aquí no hay nada que hacer, si no consigo trabajo me volveré a mi país. Allí por lo menos estaré tranquilo.
Rafael sabe que esta es una declaración dictada más por el deseo que por la realidad. La verdad es que a Venezuela no hay vuelos comerciales, solo humanitarios, cuando el gobierno lo permite. Por otro lado sabe que las estadísticas de asesinatos y ejecuciones extrajudiciales son escalofriantes. Hace pocas semanas una comisión de la ONU presentó un informe de 443 páginas que parece una novela de terror. Así que es difícil estar «tranquilo en mi casa» en Venezuela. (https://www.ohchr.org/SP/NewsEvents/Pages/DisplayNews.aspx?NewsID=24788&LangID=S)
En cambio, en Valencia de España hay una numerosa colonia venezolana que intenta mantenerse a flote por todos los medios legales. El grupo de Facebook «Venezolanos en Valencia» tiene más de 15 mil miembros. De momento hay muy pocos informes de delitos cometidos por venezolanos, o de manifestaciones xenófobas. Los valencianos están habituados a la diversidad cultural desde el siglo X, cuando la ciudad era un enclave musulmán. En Patraix, el barrio del suroeste donde reside Heriberto, conviven latinoamericanos, africanos, pakistaníes y asiáticos.
Entre la numerosa colonia venezolana podemos encontrar un médico en el hospital de Castellón, una vendedora en la tienda Zeeman, una camarera en la heladería Bon Sabor, un conserje de iglesia en Játiva, o Javier y Carmen, quienes tienen un puesto llamado Tierra de Gracia en el Mercado de Jesús, donde venden la famosa harina Pan para hacer arepas, entre muchos otros productos venezolanos.
La mascarilla que cuelga del cuatro de Heriberto, y que solo se quita para cantar, recuerda que vivimos en pandemia. Pero no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, como dicen los venezolanos al referirse a la dictadura de Maduro. Y mientras vienen tiempos mejores, quienes pasen por el parque del Oeste, de la muy industriosa ciudad de Valencia, podrán escuchar a Heriberto cantando:
–Cuando el amor llega así de esta manera, uno no tiene la culpa… Quererse no tiene horario ni fecha en el calendario cuando las ganas se juntan…
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