En Bogotá – Colombia, existe un barrio hermoso llamado La Candelaria…sus calles tienen mucha historia, fue donde se inició la fundación de la ciudad en el tiempo de la Colonia. Hace algunos meses solía recorrer sus calles, que hacen remembranza a los años de la conquista española. Siempre que voy me transporto a esa época, imaginando a Simón y Manuelita recorriendo aquellas calles, quizás tomando un café en la tienda de la esquina y discutiendo de la situación política del momento, hablando de libertad entre miradas dulces y llenas amor. Es un barrio que inspira, y emana melancolía…desde luego esas callecitas deben ser testigos de infinitas historias no solo políticas sino también de amor, seguramente muchos enamorados han jurado amor eterno allí en esos sitios mágicos. Estar allí sin duda alguna es como viajar en el tiempo.
Recuerdo algún domingo recorrer aquellas viejas calles con mi hijo mayor, en ese tiempo era un niño de algunos 6 años, solíamos disfrutar sus museos, y algunos juegos que realizaban para los chicos, la caminata era agradable puesto que además se escuchaba música de antaño, en sus corredores se divisaban pinturas de artistas callejeros que con sus obras adornaban ese cuadro pintoresco que se asemejaba más a un pueblito viejo. Me gustaba contarle de manera sencilla precisamente la historia de aquellos que nos conquistaron y que en algún momento pisaron esos caminos con muchas ansias de libertad, de esperanza e ilusionados por un futuro mejor, el mismo que deseamos en estos tiempos para las próximas generaciones. Esos diálogos con mi hijo generalmente iban acompañados de un helado y mucha imaginación, acostumbrábamos a sentarnos en las escalinatas de la catedral Primada fijando la mirada en aquella estatua que está en el centro de la plaza, la misma que hace honor al libertador Simón Bolívar, la que se mantiene con el paso de los años aún en pie como queriendo demostrar que todavía sigue pendiente de la lucha por el pueblo, tal vez desde otro espacio pero con la misma actitud de vencedor. Desde luego debe ser testigo que el paso del tiempo no solo lo siente él, sino que también nos ha tocado verlo pasar a nosotros, a nuestros hijos que en mi caso, el mío ya es un hombre de 20 años que tal vez algún día llevara a sus hijos y recordara con melancolía que lo llevaba a recorrer esas calles viejas que muchas veces disfrutamos y sentado en las escalinatas de la iglesia seguramente se transportara en el tiempo al pasado, haciendo remembranza y recordando lo mágicos que eran aquellos tiempos.
Tiempos que ahora parece perdidos, viendo flaquear a los muchos visitantes del barrio la Candelaria, ciudadanos nacionales e internacionales que en estos momentos de pandemia no se atreven siquiera a recorrer sus calles para salir a disfrutar de un café, un amor y su historia, predominando el miedo por un enemigo oculto cuyo poder ha hecho doblegar al mundo. Sin embargo, hay seres allí en movimiento y haciendo su vida normal, esos son «las palomas», aves que en otro momento quisieron desterrar de este lugar, pero que no lo lograron y al igual que ahora se resisten a volar a otros cielos, tal vez ellas no saben que existe un peligro latente o de pronto lo saben, pero son resistentes al miedo y a dejar de batir sus alas en ese lugar que desde siempre ha sido su hogar. El mismo que esperamos poder volver a disfrutar los ciudadanos que no olvidamos que ese espacio no es solo parte de nuestra historia política, sino que también nos recuerda un amor, una café, una cita y porque no la ilusión de libertad, de volvernos a encontrar, quizás vuelva el recuerdo, quizás vuelva la historia para seguirse escribiendo desde ese pueblo viejo.
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