Aunque tú no lo sepas

Aunque tú no lo sepas

«Aunque tú no lo sepas

Me he inventado tu nombre

Me drogué con promesas

Y he dormido en los coches…»

Estoy llegando a la esquina de la calle Polvoranca con la calle Toledo y del bar más cercano suenan los primeros acordes de esta canción y la triste voz de Enrique Urquijo canta la primera estrofa. Me detengo. Se me encoge el corazón y las lágrimas cubren mis ojos. Agito la cabeza incrédula.

«No me lo creo, su maldita canción ¿No puede sonar otra de los millones que hay en el universo?»

Miro con tristeza el bar donde la ponen. El Mocca había abierto recientemente y lo habíamos frecuentado bastantes veces. Ponen buena música y, Los Secretos lo son, pero no en ese momento.

Me pesa el alma. Tengo los ojos cargados de llorar y de los nervios no tengo hambre. Decido dar un paseo continuando por la calle Jardines. De fondo, aunque mis oídos ya no alcancen a escucharla, mi cabeza sigue canturreando la canción:

«[…] He blindado mi puerta

Y al llegar la mañana

No me di ni cuenta

De que ya nunca estabas.»

Getafe acompaña mis últimos pasos. Soy consciente de ello y duele. Horrores. Procuro no darle vueltas a todo lo que está sucediendo, pero Enrique Urquijo se ha metido en mis venas y su melancolía se ha mezclado con mi dolor.

Camino sin rumbo fijo. Mis pies se mueven por inercia, consciente de que no quiero pisar esa casa. Pienso en mis gatos, sobre todo en Rick’s, mi gato negro de la suerte. Y de pronto las calles se me nublan por las lágrimas. Estoy agotada. Resoplo agobiada secándome las lágrimas que me mojan la mascarilla. Qué mal está saliendo todo.

Para colmo pienso que mañana tengo que preparar la primera parte de la mudanza y siento un escalofrío por la espalda. Sigo callejeando, viendo como las luces nocturnas del centro de Getafe me acompañan y se despiden de mí. Además de la tristeza, estoy asustada. Tengo un miedo desgarrador. Vuelvo a Hortaleza. A mi mar de mares. Pero con el corazón roto. Sin sueños. Sin ilusiones. Quebrada. Aunque, e igual es contradictorio, tengo algo de esperanza. El lunes había estado viendo el piso donde voy a vivir. Y me gustó. No había inquilinos e iba a estar sola. Ya me habían avisado. Y yo no sabía si iba a saber estar sola, después de tres años. Aun así, era un ahora o nunca. La suerte me había sonreído y tenía que darla una oportunidad. Al menos algo había salido bien.

Sin querer, después de varias horas andando, me di cuenta de que estaba prácticamente en la calle Luna, haciendo esquina con la calle Toledo, unos números por debajo de mi casa.

Camino indecisa y me coloco delante del portal. Suspiro resignada, sabiendo ya que es mi última noche. Miro con tristeza los alrededores de esa calle. Ahora algo oscura y silenciosa, pero siempre llena de vida, bullicio, coches, furgonetas, puestos ambulantes, jóvenes y ancianos sentados en los bancos que tanta compañía me ha hecho. La calle Toledo. La que desde el primero de mi antigua casa podía ver los corrillos hablar, a los niños correr y mis dos gatos pasar horas al sol viendo a saber bien qué.

Me giro e introduzco la llave en la cerradura. Y Enrique Urquijo vuelve a mi mente, aunque esta vez no dejo que cante. En silencio, subo las escaleras del portal que me llevan al primer piso Y cuando estoy ya en el rellano, me viene la frase de una canción de Andrés Suárez: “Voy a hacer de ti, solo una canción, que será Madrid, sin nosotros dos…” Cierro los ojos y abro la puerta. Todo está en silencio, a oscuras. No hay nadie. Y aunque tú no lo sepas, esa ausencia es devastadora, pero al mismo tiempo me alivia. Sé que en unas cuantas horas me iré y todo cambiará para siempre. Y ahí, desde ese instante, la voz de Urquijo no ha vuelto a aparecer por ninguna parte. Creo que seguirá cantando por Getafe, allá, en la calle Toledo.

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