Al dar la vuelta a la esquina los encontré, era muy de mañana, la silueta de doña Malintzi apenas dejaba ver su falda pardo-verdosa y los rayos del sol a su espalda eran como penacho de plumas altas, brillantes, tornasoladas.
El caso es que iban de prisa, llevaban flores y una botella de mezcal para la fiesta en Santa María Xixitla, de ahí partirían en peregrinación para visitar a sus parientes: esos otros tacuazines que les dicen licurdillos por que son más feos y quizá también vayan esos chaneques que bajan de la sierra: los piripitiches, vestidos de campo, descalzos o con huaraches de vaqueta recia, un paquete de pinole y una botella con agua para hacer pozol en una jícara pequeña… eso y otras cosas útiles guardan en el morral de ixtle que cargan siempre.
No tuve tiempo de saludarlos, se fueron corriendo, pegaditos a la cal de la pared del barrio de Tlaxcalancingo…
Ya me voy para San Pablo Tecámac y después para San Juan Tianquisnahuac para subir el cerro hecho a mano, el tlachihualtépetl, para verlos mejor, para ver como huyen, como sombras, del sol que se adueña del valle hasta los pies de Don Gregorio Popocatepeltzin y su señora Rosita Iztaccihualtzin.
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