7/3/2024, Montevideo, Uruguay.
Sofía había terminado su jornada laboral. ¡Por fin es viernes! — suspiró.
La joven abogada caminaba apurada por la Plaza Independencia, mientras pensaba cuál de los dos vestidos que tenía prontos en la puerta de su cuarto se pondría para el recibimiento de hoy.
Me tiro más por el verde. Si bien es más formal, me combina más con los ojos. Aparte, van los amigos de Martín, ya las veo a todas con vestidos de Chanel y tacos de 30 cm…
La plaza nunca había estado tan llena, o por lo menos, desde antes de la pandemia del Coronavirus.
La gente se piensa que, por habernos vacunado hace 1 mes, ya no va a pasar más nada… es que el uruguayo no aprende… la viveza criolla.
De pronto, una masa importante de gente se acumuló alrededor del monumento de Artigas.
¿Que estará pasando? — Sofía, sin tener la mas remota idea de lo que se avecinaba, con peligrosa curiosidad, se acercó al tumulto.
Lo que le habían hecho al monumento no tenía precedentes: por un lado, a modo de capa, al prócer le flameaba una bandera uruguaya… ¿EN LLAMAS? Por otro lado, atravesada de sien a sien por el mandoble criollo, había una cabeza de puerco.
De pronto, el primer Montevideano que salió del estupor colectivo, gritó:
—¿Quién fue el hijo de puta que hizo esto? —Obviamente, donde canta uno, cantan dos:
—¡Sí, vamo a buscarlo! — gritó otro.
—¡Le vamo a romper la cabeza!
De pronto, Sofía sintió el zumbido más molesto de su vida. Parecía venir del cerdo. No puede ser…
—¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHH! — Aullaron todos a la vez.
Por suerte, el zumbido duró poco, ahora era un bip…..bip…..bip. Primero, cada cinco segundos, después, cada cuatro. Lo preocupante fue cuando empezó a ser cada tres segundos, que los ojos del chancho se tiñeron de una luz roja como la de un láser; los ojos se prendían y se apagaban al ritmo del bip.
El uruguayo puede ser, además de “vivo”, medio boludo, pero no tanto como para no percatarse que algo malo estaba a punto de suceder. Bip.Bip.Bip.Bip — el cerdo prendía y apagaba sus ojos como si fuese la mismísima mascota de Satanás. Toda persona que pululaba en la plaza, sin importarle lo más mínimo las personas a su alrededor, empezaron a correr como condenados. La gente se aplastaba entre sí, hombres, mujeres y niños en el suelo, totalmente golpeados por otros como ellos, que tuvieron la suerte de poder imponerse ante los demás; no hubo ni buenos ni malos, solo gente desesperada.
Algunos de los vecinos de allí dicen que la última luz roja del cerdo iluminó toda la Ciudad Vieja… pero no era una luz buena… ninguna luz roja que viniese de la cabeza de un cerdo podía serlo. Por suerte, nadie murió por la explosión, pero quizá, muchos lo hubiesen preferido…
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