Acababa de saborear la hermosa manzana que había comprado en la tienda que regenta mi amigo Sahid en nuestra calle y me abandoné, recostado en el sofá, al agradable sopor que produce la digestión.

Pedro I lo había conseguido y Wasqa era Osca de nuevo. Estaba inspeccionando la delicada arquitectura islámica de la mezquita Misleida, que pronto se convertiría  en la segunda catedral románica de nuestro incipiente reino.

Salió del castillo y bajó por las empinadas y angostas calles que llevaban a los límites de la ciudad en dirección a Saraqusta. Se sumergió bajo la densa niebla, pronto se acabaron los adoquines. El suelo se había vuelto duro y áspero de un color grisáceo. A ambos lados aparecieron extrañas construcciones, edificios de altura imponente y con abundantes vidrieras. En la esquina, como por arte de magia. abría la calle una placa metálica grabada en honor a la batalla que le acababa de otorgar la tan ansiada victoria: Alcoraz. Se encontró mi calle desierta, pensó que los hombres debían de haber huido tras el cruel enfrentamiento. Tan solo las mujeres, muchas con el pelo corto, permanecían recluidas en las casas con el rostro cubierto por coloridos velos diminutos. Algunas asomaban sus ojos a ventanas y balcones y parecían obviar la silueta del impactante guerrero medieval. Sus pupilas apagadas proyectaban tristes miradas de desesperanza al infinito; quizá el temor a un futuro cambiante y desconocido se había apoderado de ellas.

Bajo los edificios, perfectamente alineados en dos filas paralelas, inquietantes carros metálicos pintados de vivos colores y que debían pesar quintales, amenazaban ponerse en movimiento mediante sus extrañas ruedas negras. Pedro se paró en un puesto musulmán de frutas, verduras y legumbres. El comerciante portaba un curioso gorro de lana que  parecía de mujer y vestía ajustadas ropas de bufón. También ocultaba parte de su rostro con ese pequeño velo de tela que le resultaba ya familiar. Compró unas manzanas que pagó con un insólito trozo rectangular de pergamino endurecido. El tendero le entregó las frutas en una  bolsa de tripa blanca, asombrosamente fina . Cuando se disponía a hincarle el diente a la lustrosa manzana, el relincho potente de su caballo le despertó sobresaltado. Se levantó; en el suelo brillaba el colorido objeto perfectamente cuadrado, hecho de un material indescifrable y repleto de números y letras . Confuso y algo aturdido,  pensó que el cansancio de meses de asedio y los durísimos combates le estaban afectando de alguna manera. Se frotó los ojos con energía  y hundió con su bota la tarjeta en el fango. Afortunadamente, todo había sido un mal sueño y la ciudad seguía viva y bulliciosa. Montó su caballo y comprobó, orgulloso, que las poderosas murallas que rodeaban la ciudad seguían intactas; por si los ejércitos musulmanes de Al- Musta ín regresaban.

—Pedro, mira que te duermes y se te cae el dinero por el sofá—protestó mi mujer.

Abrí los ojos y cerca de mi bolsillo, brillaba una impresionante moneda de plata.

La guardé disimuladamente totalmente desconcertado. Decidí bajar a la calle para dar un paseo y despejarme. Sahid, abrigado con su gorro de lana, me obsequió con  una  invisible sonrisa de mascarilla desde su tienda. Caminé unos veinte minutos aparentemente sin rumbo pero aparecieron ante mí las piedras ocres y milenarias de lo que quedaba de nuestra muralla. 

Metí la mano en mi bolsillo para acariciar de nuevo la maravillosa moneda medieval. No me lo podía creer; había desaparecido. Hurgué desesperadamente, di la vuelta a los bolsillos y nada. 

En su lugar, una vulgar tarjeta de crédito reflejaba en mis ojos los moribundos rayos del ocaso. La calle estaba vacía. Allí arriba, encima de la muralla, un hombre barbudo disfrazado de guerrero y sin mascarilla contemplaba extasiado el brillo perturbador de una moneda en la palma de su mano; buscando también una respuesta. 

 

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Wasqa: Huesca árabe.

Misleida: mezquita de la Wasqa musulmana.

Osca: Huesca

– Taifa de Saraqusta: taifa de Zaragoza.

Alcoraz: nombre de mi calle en honor a la famosa batalla que propició la reconquista de Huesca.

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