Unas voces lo despertaron: «ese adjetivo no funciona», «le falta vida al personaje», «cuidado con los adverbios, sobre todo con los terminados en -mente». Con ojos temblorosos miró debajo de la cama, registró el baño e inspeccionó la cocina, pero no encontró el origen de los gritos que continuaban mordiendo sus oídos. Abrió la puerta. Descubrió que vivía sobre una plataforma blanca decorada con palabras y que, desde el cielo, unos seres extraños las mataban a placer.
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