«Para escribir algo decente, enamórate de la mujer equivocada: una que parezca unida a sí misma por la espalda, capaz de sonreírte con una de sus caras, mientras que con la otra se hace un selfie. Piénsalo: ¿qué te va a inspirar alguien de una sola dimensión?».
Ella termina de leer, aprieta los labios y tacha el título de mi texto; lo deja como soterrado por dos puentes cruzados sobre el aire. Anota algo encima, suelta el bolígrafo, gira el papel y lo sitúa bajo mis ojos: «Sigue equivocándote».
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