A insistencia de unos amigos me inscribí a un taller de narración. No creí que fuera tan difícil, o eso pensé hasta ver a la persona a cargo; tenia unos bellos ojos azules que no había visto por más de veinte años. Decidí saludarlo.
– Te va muy bien, dije.
Sonrío y dijo que sí, que era feliz; incluso me mostró fotos de su familia. No le sorprendió mi reacción.
– Lo sé. Se parecen. Sé que no es la verdadera Rosario, pero la real nunca tenía tiempo y solo se amaba a si misma.
No volví al taller.
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