Marcelo se considera, ante todo, un artesano. La escritura lo ha llevado por el solitario sendero de la locura, que ahora se esfuerza en revertir a golpe de tinta. Nadie en el grupo le entiende, nadie sabe hasta qué punto están todos equivocados, hasta qué nivel de insignificancia llegan sus homúnculos de sangre azul. El mundo, piensa, está demasiado ocupado recordándose que tiene que seguir moviéndose como para reparar en cualquiera de los necios aspirantes a artesanos de la palabra.

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