Nos quedamos callados. Modosa, ardillesca, lacia, limpita, otoño y biblioteca, y sin embargo una escritura tan intensa que nos había arrancado la piel a tiras. Era el primer día y no sabíamos si debíamos amarla a ella o amar lo que escribía. Decidimos idolatrar a su monstruo interior y afilamos nuestros bolígrafos – espadas para la batalla. Al salir del taller ahogamos nuestros demonios en alcohol, nos juramos amistad eterna y todos, absolutamente todos, escribimos cosas importantes esa noche.
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