Con las contrapuertas cerradas y mi recámara totalmente a obscuras escuché lo que me pareció una licuadora, encendí la lámpara y miré la hora. Las dos veinte de la madrugada, con mi vértigo pegué un brinco ¡Están abriendo la casa! Bajé la escalera de madera, salí al patio hacia a la puerta gritando fuerte: ¡Quién vive! A esas dos fichas les había tomado minuto y medio abrirme dos chapas y tres pasadores. Me encaré con el gordo barbón y salieron volando para ir a chupar cerveza en la esquina.
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