Cuando Daniel cruzó la frontera sabía que dejaba atrás su miserable vida.
Mauricio paró en seco emocionado. Todos los compañeros del taller lo miraban animándole. Al principio habían sido estúpidas tareas como escribir sobre sus manos o el olor de las mandarinas, pero ahora el tema era libre.
Llevaba la orden de matar al Chapo y a su gente. Y así la mató, a su chula, de puro gusto por la plata. No podía controlarse.
El profesor sacó unas esposas y una placa de su maletín: ¡estás detenido!
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