Tres universos distintos, pero parecidos, se mezclan esta noche en el humo del cigarro, que agoniza en carbones.
Uno viene de lejos, lo trae Juan Rulfo, con Pedro Páramo sentado solo sobre su viejo equipal, junto a la puerta grande de la Media Luna, en las afueras de Comala, su pueblo de fantasmas y recuerdos.
Otro fluye más cerca, sale de los cuadros del Michi Aparicio, en forma de presencias antiguas desprendiéndose despacio de las telas, e invadiendo el presente.
El tercero me persigue desde Santa Catalina, en el norte de la puna argentina, tan vívido porque lo he transitado este febrero de lluvias, en una peregrinación del alma y el entendimiento, buscando los límites hacia el oeste de esa inmensidad encomendada a los Marqueses de Tojo, en tiempos en que la cruz se parecía a la espada.
En Santa Catalina los techos caídos, mostrando los costillares de varas de cardón y la luna metiéndose en los cuartos vacíos, en la noche transparente y helada de la altura.
Puertas clausuradas y ventanas cegadas con adobes custodian historias familiares y , quien sabe, algún“tapado” de los tiempos de grandeza, olvidado en los muros.
Solo dejaron de volver , contestan si uno pregunta por qué se fueron …
Porque irse se fueron siempre, para las zafras del azúcar, para las cosechas del tomate o de la uva, para el algodón… pero volvían.
Y desenterraban los diablos del carnaval, y enterraban tijtinchas para la Pacha o bailaban en los pesebres y cantaban en las doctrinas.
Y sonaban las quenas, los sikus, los erkes y las zampoñas… siempre volvían.
Pero ya no…ya no vuelven.
El vacío se ha hecho grande y lo ha ido llenando un silencio espeso, triste, cargado de nostalgias, que casi no se siente por la mañana, pero aprieta el alma al caer la tarde.
Un silencio que acosa, vigila, cierra el paso y obliga a caminar livianito, porque el sonido de las ushutas parece agrandarse cuando arañan las piedras y la tierra pobre.
Y el ruido lastima las memorias del adobe…
Solo de cuando en cuando alguna manta oscura, con un sombrero de fieltro negro o un chulo tejido, baja presurosa por la calle, pero apenas murmura un «Ave María Purísima…» y desaparece en la esquina.
A la hora en que la brisa helada se va descolgando de las laderas se presiente el fogón, el jarro con api , el bollo y el queso de cabra.
Entonces el alma busca cobijo y cierra las puertas, guareciéndose del silencio y del frío, huyendo de la nada que anda suelta en las calles.
Santa Catalina, ese santuario de Pedro Páramo en Jujuy, y sus fantasmas ( Juan Quispe, Dorotea Farfán, o Puca o Solís…) y sus caminos serpenteando hacia Oratorio ,hacia Casira, hacia Cieneguillas, entre lomadas secas y alfombras de tolas…
Y los óleos del Michi
Son mundos tributarios de esa única urdimbre, donde tejen los hombres la historia de América.
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Oscar M. Castro Olivera
Jujuy, octubre 2018
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