LOS DESARRAIGADOS

LOS DESARRAIGADOS

Anysofía

19/11/2018

Su paso era rápido, pero su angustia no lo dejaba avanzar, David sentía los zapatos pesados, con un brazo sostenía lo que fuera una pimpina, el otro arrastraba una maleta.

Cerca, un hombre más joven, lleva sobre la cabeza una maleta, de su brazo izquierdo colgaba una sábana que sujetaba una bolsa.

Se trataba de su amigo Juan que caminaba junto a su esposa Ana y su hermana Linda, que cargaban a la espalda, sus niños. Todos iban con el rostro pintado de tristeza y abandono.

A cada momento, la tensión parecía que atenazaba sus corazones como un gran monstruo, sus rostros estaban lavados por el sudor.

De pronto divisan la vía pavimentada, un aviso los esperaba: “bienvenidos a nuestro país tierra de esperanza” como niños en busca de la libertad todos corren.

No saben cuántos metros anduvieron, de pronto caen al suelo, toman aire y se acomodan sobre sus maletas y cargas. Pasan unos minutos, se miran y enjuagan sus lágrimas, se arrodillan y dan gracias a Dios.

David, le dice a su esposa Mary que deben comer y alimentar a sus hijos. El grupo saca bolsas de comida y agua, las cuales comparten.

Juan mira a su esposa, evoca con nostalgia aquella mañana después del entierro de los padres de ella, cuando decidieron emprender el camino a otras tierras, la mayoría de sus vecinos habían abandonado sus casas, ante la violencia y la falta de comida.

Visitaron a David y su familia, les comentaron sus planes, ellos también decidieron acompañarlos y emprender el viaje al futuro.

Por fin llegó el domingo, durante dos semanas, habían planeado el viaje, vendieron algunas pertenencias para llevar algo de dinero, acordaron organizar el grupo, los hombres llevarían las maletas y las mujeres los niños.

El grupo se reunió pasado el mediodía, junto a un viejo caney, iniciarán la marcha a paso largo. Debían ascender unos cinco kilómetros y descender otros tantos, hasta llegar al río Grande, por un camino escarpado.

El peligro los acechaba, a veces los traficantes, que solían pedir dinero a cambio de dejarlos continuar, otras veces, podrían aparecer los grupos armados que se disputaban el territorio, lo cual casi siempre significa la muerte.

Era eso, o quedarse morir por hambre, enfermedades o ser asesinados por los grupos armados, que llegaba cada noche a la zona en busca de víctimas, para legitimar su poder.

El tránsito por la trocha fue difícil, pero al llegar la noche, arribaron al río Grande, allí los aguardaba un viejo y un curtido lanchero, que los transportaría a la rivera opuesta.

El grupo iba pagando mientras abordaba, entonces el hombre los mira fríamente y les dice.

-Navegaremos río abajo, cuando estemos en la parte más baja deben arrojarse y nadar hasta la orilla. Una vez ahí corran y no se detengan hasta encontrar un sendero que los llevará hasta la carretera, ahí está la frontera.

Así lo hicieron, ahora estaban allí sentados junto a sus familias, pensando en el siguiente paso, al futuro.

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