Ahí estaba la estatua con su antorcha; se alzaba victoriosa gritando Libertad.
De esa forma y con esa foto., sutil, persistente, me vendieron mi sueño americano.
Fue aquel día donde giró mi vida. Un gurú vendedor de pensamiento nos contaba en una reunión, que ciertos ideales acompañados de tesón y esfuerzo nos conduciría inexorablemente al éxito.
Yo, me apuntaba al viaje.
Mi pueblo, días después de aquella reunión amaneció con un decrépito silencio,. Inundaba sin querer el espacio y lo rompía el río que se deslizaba tranquilo por la ladera de la montaña exprimiendo el olor de la tierra. Los pájaros se despertaban con los primeros albores entonando la melodía de la vida y la montaña rugía latidos mientras yo comenzaba la batalla.
—¿Me acompañará este olor a romero y tomillo?…
Ya vuelo por dentro. Despego en una pista improvisada a bordo de un avión incierto. Poco equipaje, los libros y el convencimiento de dejar atrás un pueblo con los sueños estancados.
La última imagen que conservo en mi retina se cuela y se refleja en el espejo retrovisor de mi coche: el día despuntando, aún oscuro, las casas con sus fachadas de piedra y la luz tenue iluminándolas mientras escupían felicidad. Y en algún lugar recóndito de mi memoria, con el silencio clavado, oía el eco de las risas en las tabernas que se regaban con buenos tintos y con nuestras conciencias acicaladas viviendo “para el que dirán”. La algarabía de sus gentes ganaba la batalla con las reuniones familiares, las fiestas con devoción, las risas, los llantos… Todo fluía en mi interior cuando yo ya me alejaba. Me habían colado un virus, y un troyano destructivo dinamitaba cualquier indicio de raciocinio.
Tiempo después, descubrí que la tristeza estaba asentada en la ciudad. Era la jungla de asfalto. Allí no olía a pan recién horneado que inundada las calles en los amaneceres sonrosados. Era el lugar donde no existía el tiempo., sólo las prisas, las distancias que te separan del mundo, los atascos, la competencia, supervivencia y montones de caras desconocidas que enterraban su mirada en un teléfono móvil. Ni siquiera, —<< una mirada cómo las de antes, y con los destinos entrelazados>>— ¡ya no!…
A veces, me destroza este sueño en medio de la nada, al tiempo, que el metro sollozando pitaba al entrar en la estación anunciada. A bordo del vagón, íbamos las almas itininerantes de aquellos que se deshacen en nostalgia por nuestros pueblos abandonados. Fuimos parte de un éxodo cultural y maniatado. Y en ese momento, mire mis manos y vi el aliento escapando…
—<< …giran los enormes piñones y avanzan los pistones incansables que forjan las agujas y los cuchillos del sueño americano>>—.
“Jóvenes hombre lobo”1999. Michael Chabon.
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