El abandono

Cae la lluvia como una cortina. Es una lluvia pertinaz, de las que empujan a la gente a recogerse en sus casas.

Siempre ha sido así, pero hace años que nadie transita por el pueblo. Ni siquiera se oyen las hojas al caer, pese a que parecen ser los únicos habitantes en sus calles desiertas.

Quizás también los fantasmas que no se resignaron a abandonarlas.

Las viviendas están derruidas por el abandono; la mayoría de las fachadas se han cansado de permanecer en pie y han caído sobre las viejas calles.

Solo quedaron cuatro viejos, inamovibles como castillos, con un pie en la tumba. Fieles a la tierra o demasiado ancianos para cambios. En poco tiempo, murieron.

El pueblito era poco más que una aldea sobre una montaña, demasiado alejado de cualquier sitio civilizado; hoy parece un túmulo funerario.

Montones de ruinas sin forma. Montañas de piedras viejas, ladrillos medio deshechos, incluso adobes en las construcciones más antiguas, solo sirven para que las malas hierbas arraiguen sobre ellas y se extiendan en una invasión incontrolada.

Has vuelto. Solo. Bajo la lluvia.

Dejando el coche bastante lejos. La larga caminata ha reavivado tus recuerdos: los caminos, que ahora apenas se distinguen, los recorriste a lomos de la bicicleta destartalada de tu hermano mayor acompañado de la pandilla de chavales del pueblo.

A saber, dónde estarán hoy.

Te paras a medio camino y ves, a lo lejos, el lago. Como un espejo solitario y gris. Como el cielo. Como tú ánimo.

Cuando por fin llegas no te recibe el humo de las chimeneas, como cuando eras niño. Ninguna en pie y tampoco nadie que alimentara un fuego.

Te quedas parado ante la primera casa. Ante la primera ruina. No habías vuelto desde que eras pequeño. La congoja te atenaza y se te forma un nudo en el estómago.

Vomitas con violencia.

Te vienen a la memoria las viejas historias más truculentas; como la de aquella misteriosa caja emparedada que encontraron unos herederos y, al abrirla solo había cenizas y un esqueleto de un gatito. Y no el tesoro que ellos esperaban.

Se ha mantenido el cartel del TELE-CLUB, bastante estropeado, sobre un trozo de fachada. Allí se reunían los vecinos ante el único aparato de televisión del pueblo, mientras jugaban a las cartas o al dominó. Allí vieron al hombre llegar a la Luna.

Te quedas un rato observando la desolación.

Te llaman la atención unas rodadas que el tiempo y la maleza casi han ocultado. Parecen de un carro; parten del pueblo y se alejan.

Seguramente de los últimos habitantes que abandonaron el lugar, cargados con sus enseres y sus ilusiones.

Caminas entre las rodadas y vuelves la espalda al sitio con tristeza.

Con la sensación de haber cumplido la promesa que le hiciste a tu padre.

Empapado, coges el coche y te alejas. Abandonas el pueblo, como antes lo hicieron tus padres, tus tíos, tus vecinos, tus amigos…

Tú también.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS