Pueblo de soñadoras

Pueblo de soñadoras

A Montserrat, que se atrevió a soñar.

Es una noche cualquiera y del monte del que yo parto las chimeneas de los supervivientes sacan humo, las luces de las casas descubren rituales nocturnos y los jazmines dejan ir su perfume irresistible, recreándose, así, con los recuerdos de los desertores tan hambrientos de futuro.

La luna se me acerca curiosa y me desnuda sin pedir permiso. Mis piernas desabrigadas andan, como ramas locas por tocar el cielo, sobre mi sombra engrandecida.

Mariano

En la plaza de la iglesia, tres mozas pasean agarradas del brazo y presumen de sus lindas ropas, mientras, dejan ir sus miradas por si alguien las quisiera. En la plaza de la iglesia, tres mozos pasean con sus trajes sin arrugas. Sus risas conquistadoras construyen caminos desde sus bocas.

Nos movemos en círculos y en algunas de esas vueltas nos atravesamos.
El primer contacto cruza los dedos, el segundo aprieta las manos, y luego llegan los besos en el cuello y otros lados. Frente al fuego me contabas las proezas de viejos sin nombre.

Es una noche cualquiera en un pueblo olvidado por aquellos que mirando dan vida. Los portales de los que esperan yacen limpios y las ventanas de los que se fugaron cuelgan de un hilo. El ruido de mis zapatos, contra el suelo empedrado, invade las montañas hasta respirar en las nubes.

El resto es el sonido del rio y el murmullo del silencio, el retumbo de una hoja seca que acaricia el suelo, el eco de una mañana de fiesta mayor, el ritmo de viento y madera en el vestido de mi madre y el paseo de una tarde en la plaza de la iglesia grabada en los registros de un árbol.

Ramón

El cartero pica a mi puerta. “Te ha llegado una postal de un veterano al frente de una ciudad mediterránea”, me dice. Sobre mis manos cae una estampa de un atardecer frío, una mujer con gorro peludo se ríe bajo sus largas pestañas y las gabinas revolotean muy al fondo. En el torso de la fotografía diez líneas de tinta negra escriben las proezas de un viejo sin nombre, y estas se leen como las hazañas de un caballero anónimo.

“Querida Montserrat, la vida en la ciutat tiene colores de los que nunca antes había oído hablar y sonidos que te alertan de otros mundos brillantes y hay trabajo para dar y vender ¡y bien recompensados! Las mujeres y los hombres andan libres por las calles, y sus tonos cromáticos y risas desmesuradas combaten a los grises”.

Mi universo es un pueblo pequeño de bosque con pino silvestre, casas de madera y una abadía en el monte. El mañana es inerte y los demás, condenados a la sencillez, a la muerte, al sueño de caja cerrada y a los colores binarios.

Es una noche cualquiera y parto a buscar la libertad donde el horizonte no tiene fin, y así mi vida.

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