Esos pueblo llenos de calles vacías, de casas que no habitan personas, solo las tapias caídas, y algunas piedras, unas más fuertes que otras, que aún resisten abrazadas al barro seco y la pena… y las zarzas y las matas que invadieron la pobreza; estos templos del silencio, donde el olvido se pasea, triste y sin rumbo, por cada esquina, por cada sala, por cada habitación siniestra, como si nunca hubieran sido de este planeta. Esas tierras sin manos que las quiera, ni bestias a quien poder amamantar con su hierva, ahora ocre y despeinada, otrora verde y esbelta. Y ese horizonte sin futuro, al que tan solo el pasado se asoma para no ver nada, ni siquiera a los difuntos que dejaron huella, ni siquiera las sombras que el Sol no deja. Estos pueblos que se vacían de vida y se llenan de tristeza, en los que solo el tiempo se deja ver por las aceras.
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