En un lugar donde algún cartógrafo ―ya sea por incuria o malicia― pretirió de sus obligaciones, pena un cúmulo de bohíos desperdigados como piedras en roquerío. Se está próximo al alba, pero el sol recula su nacimiento. Tal vez éste, espléndido, sienta lo redundante de su intromisión y desde arriba, en plano cenital, juzgue innecesario su calor y su brillo; abajo, donde la tierra, la antier fecunda y pródiga fuente de satisfacción del campesino, yace ahora estéril y viciada, corrompida por el miasma estival. Por eso, en lo que queda de noche, se piensa en lo deshabilitado; sin embargo, desde algún lado, emergen siluetas umbrosas manifestando su existencia.
―Ayuda pue, duele… ―murmura―, dejuro va clarear el día.
Irguiéndose de la barbacoa que tiene por lecho, el viejo acude al llamado.
―Asiés la vejez pue ―dice, ayudándole a mantenerse en pie―. La calor, la calor… onde se ha visto tener el rescoldo conel tiempo quiay mujer.
―Nu importa ―contesta ella, empapada en sudor―, hoy se viene mijo y tiene que seguirse ondel brillo, o no tú hicistes igual, di.
―Se viene, se viene… ―responde, desviando la mirada hacía el candil―. Las sombras engañan ondel cristiano y paren gentes onde nuay. Siempre lo mismo con vos.
―Mijo no vuelve poque no tienes fe ―impreca.
Aferrados del brazo, ambos caminan el zaguán hasta la entrada. Al encontrarse afuera, pese al escepticismo, atisban el entorno.
―Velay el monte… velay la nada… ―barbotea el viejo, mirando torvamente la vastedad.
Precediendo la respuesta, el amanecer aviene descubriendo el paraje eriazo y desecado. El brillo solar fulmina la tierra y ésta, exangüe, palidece agrietándose; en cambio desde el tugurio, la pareja trasluce su indolencia y la luz sobrepasa sus cuerpos; la vieja escruta los cerros y el viejo extingue el candil mientras el sol fulgura a través de sus torsos.
―Selo llevaron… ―solloza―. Afuer e qué se lo llevaron… mijo nu hizo nada…
―Vente dentro mejor ―dice, apaciguándola―. Asiés con los cachacos, vienen onde los necesitaos y nos llevan dizque pa servir ala patria, pero pa maldá numa buscan…
Pero la vieja ni se mueve ni le huye al sol.
―Vente tantito ―le sigue rogando el viejo―, tovía nuas comido, nada comes vos.
―Me alimento e mi pena ―responde―, e mi dolor y tamién e mi alma quinose apaga y no le juye a los años… ni le juirá nunca ―concluye. Pero pasado un tiempo se ablanda y continua:
―Come vos… Vete onde el… ¿cómues que se llama…? Nu importa, mas que seya un cristiano habrá.
―Pue ya nuay nadies ―dice, paseando los ojos por tierra erial―, nu sólo se lo llevaron al Damián sino tamién la lluvia… yasta las gentes sejueron…
De pronto, irrumpiendo, una ráfaga caliente trae consigo su silbido y polvareda, hijos de la sequía.
―Pue que así seya… ―sentencia, sempiterna―. Y más que seya pa decirme sitoy muerta mijo vendrá… Me lo juró igual que vos, y vos… ¿volvistes, verdá?
Del otro lado, a contraluz, el viejo asiente; nunca se mostró más diáfano.
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