Dije a mi esposa: Con Dios partiremos… cuando esté lista me avisa.
Diaspora
Lo desastroso del sistema implantado en Venezuela, se hizo notorio entre países vecinos; los desmanes se mostraron en noticiarios que se propagaron hasta los confines del planeta; las protestas que a nivel nacional generaban los desatinos dictatoriales, eran reprimidas y aniquiladas de la manera más brutal.
Sin Líder
Cual magia en parvada de aves migratorias, fuimos partiendo de nuestro terruño; una de las naciones más pudientes al norte de sur américa, ahora venida en desgracia, ruina y desolación, por una política nefasta. Se iniciaba un viaje masivo que desde tiempos inmemoriales, ante situaciones apremiantes, acompaña al ser humano… ¡el éxodo!
Busqué en mis experiencias como sortear inconvenientes… pero éste presente absurdo desbordaba los limites más elementales de la cordura; estábamos en el laberinto de los sinsentidos.
La caminata, pasando la frontera con Colombia, sería fenomenal; nuestro norte: Bogotá,
¡Hay de aquellos tiempos de abundancia, que en mi juventud permitió tanto derroche!;
Actuemos con premura, expresé, porque el caos y la anarquía, se apoderan de todo y de todos, como en la peor inundación del Río Amazonas.
Mi esposa, guardó en un maletín, papelón en trozos, chocolate y dos panes; café en un botellón plástico… nuestro sustento por varios días. ¡salgamos!, dijo con voz entrecortada.
Dejamos nuestros bienes encomendados a Dios; despedirnos ya no preocupaba, los adioses, desde hacía tiempo, se habían dado… nuestros hijos y nietos, hacía mucho habían partido.
¡¡¡DIOS!!!… ¡ahí viene!!!
Caminando y buscando transporte, coincidencialmente pasaba “La Perrera”, camión que suplía el inexistente transporte urbano; nuestra alegría fue mayúscula, -suerte-, dije a mi esposa mientras la ayudaba a subir por las barandas, Todos los allí ¡amontonados!, se mostraban felices: nosotros también (¿?) … ¿Será el mar de felicidad que habla el presidente?
Llegando al terminal de transporte intermunicipal; los rostros se transfiguraron; se pasó a la tensión, todos corrimos hacia los autobuses; ¿¡cual va a la frontera!?, ¡cual!
Entre empujones logramos abrirnos paso y subir al autobús. Mi esposa extrajo de su bolso la “oración de la sangre de Cristo” la cual, en voz tenue recitamos…
Dos horas de viaje desde nuestra casita hasta la frontera no era mucho; en el autobús escuchamos de personas que llevaban semanas viajando para alcanzarla.
Puente de los lamentos: El oficial colombiano que pedía mis documentos de identidad me retuvo… ¡desaparecieron! – ¿los perdí?… le dije: de por Dios… ayúdenos…
Por milagro, mi esposa encontró en su bolso una cédula mía; vencida… Todas las emociones del mundo recorrieron mi humanidad; el oficial gentilmente nos dijo: pueden pasar; vayan a esa carpa blanca y formalicen su entrada al país, es gratuito y les hará la vida más llevadera.
Libertad y expectativa.
Ya en tierra colombiana, abracé a mi esposa mientras ella me decía: nunca había puesto cuidado a la sensación que transmite la libertad… hasta el aire es más fresco; el sonido más amable; y se pierde el agobio que nos estaba matando.
José Gabriel Pinilla Gómez
Scripta Manent
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