Me llamo iglesia de Santa María de Montlleó y vivo en un pequeño pueblo de la provincia de Lleida. ¡Ahora ya deshabitado!
A mí y al pueblo nos bautizaron con el nombre de Montlleó en honor al castillo, que se alzaba detrás de mí, pero del que ahora sólo quedan sus ruinas.
Nací en el siglo XI, cómo podéis ver, tengo muchísimos años, soy de estilo románico y originalmente en el templo, tenía tres naves con bóvedas semicirculares, de las cuales, ya perdí una. Sé que no podéis ver mi interior pero si consiguierais asomaros por algún agujerito, veríais una talla de madera de la Virgen de Montlleó. Si os fijáis, tengo un campanario sencillo pero bonito, en forma de prisma octagonal, en dónde había dos campanas pero pasada la guerra civil, las tiraron abajo… El estruendo fue bárbaro.
Sin sucumbir a la nostalgia, me acuerdo de aquellos años en que había vida en el pueblo, éramos 8 viviendas, la rectoría, el castillo y yo. ¡Fueron unos buenos años aquellos!, aunque no teníamos ni agua corriente ni luz… Yo veía pasar a la gente en busca de agua potable a la fuente más cercana que estaba a unos 15 minutos andando desde el pueblo. En tiempo de sequía, la gente del pueblo se reunía aquí mismo, delante de mí, y se iban en procesión hasta dicha fuente a rogar que lloviera.
Sabéis, hasta la guerra civil, había un horno común en el cual se hacía pan y en las casas tenían bodegas en las que ellos mismos elaboraban el vino, siempre para consumo propio. En el armario de la habitación, había una o más botellas de licor, me refiero a un brandy transparente, destilado de frutas, como ciruelas, peras, manzanas o cerezas.
Recuerdo, con morriña, cuando los niños bajaban a la escuela, con sus risas y llantos, la escuela más próxima estaba a 45 minutos a pie, pero luego al volver, de subida, tardaban una hora. Cuando regresaban era ya la hora de la merienda, con bocadillo en mano se reunían todos a mis pies y jugaban a pillar, a futbol o al escondite.
Ahora, me viene a la cabeza, aquellos columpios oxidados, instalados sobre tierra, totalmente descoloridos, donde los niños se balanceaban de tal manera, que a veces pensaba que se iban a dar la vuelta, columpio y niño.
Mis últimos vecinos marcharon en 1958, la gente fue emigrando en busca de mejores condiciones de vida, a pueblos más grandes o a capitales como Lleida o Barcelona.
Por lo que oigo de algunos excursionistas que se acercan hasta aquí, dicen que transmito sencillez y serenidad.
Me gusta que me miren, pero aún hay algún despistado que pasa por la NII y no me ve.
Aquí os dejo un video de Montlleó grabadas con un dron :
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