El fotógrafo estacionó su camioneta Land Rover luego de cruzar una pequeña riada. Se calzó las botas -las que usan los pescadores-, y se internó en un espejo de agua más profundo. Mientras caminaba, patos y gallaretas nerviosas graznaban al intruso.
San Mauricio nació en 1884 edificado en el lecho seco de un río. Los pobladores, ante la falta de agua, cumplían una tradición. Cada vez que la necesitaban llevaban la imagen del santo patrono hasta la plaza y rezaban por lluvias. Nunca fallaba. La última vez; un 22 de septiembre, cayeron 500 milímetros e inundaron el pueblo. Todos lo abandonaron.
En la actualidad, para acceder, hay que ir en camioneta o tractor y caminar dos kilómetros a campo traviesa, trepándose a tranqueras alambradas y saltando boyeros que dan patadas eléctricas.
Un viejo lugareño, Don Jacinto, dice a quien desee escucharlo: “No hay que ir con botas comunes, el agua se te mete y te empantanás». “Hay que ponerse escafandra; los mosquitos te comen íntegro…». «Las monjas huyeron hasta del santo».«Nos salvamos subiendo a los techos”.»Al gurí del alcalde se lo llevó la correntada». «El río buscó su viejo cauce y se cobró venganza…».
El paisaje que encontró era tortuoso y desolador. Charcos mugrosos, ruinas y silencio vivían allí. De fondo, se escuchaban cantos de jilgueros y zorzales ensamblados con ladridos de perros famélicos que aullaban evocando nostalgias. Retazos de construcciones denotaban el antiguo esplendor.
Todo era naturaleza muerta. Animales escuálidos y casas abandonadas por doquier asomaban sus cimientos resquebrajados mientras lloraban lágrimas de piedra.
Completaba los espectros, un desarmadero de autos tapados de tierra, hojarascas y vaya a saber ¡cuántas historias! El ruido de sus chapas oxidadas acompañaban la triste sinfonía.
En el umbral de una casona antigua, se asomaba un morador con la cabeza en alto y el cuerpo erguido: un caballo. Dentro, retozaban otros en lo que fuere una coqueta sala de estar. Parecía que solo las bestias habitaban el lugar. Ninguna presencia humana…
A poco de caminar encontró a un anciano cargando un garrote al hombro.
-¡Hola! ¿Es usted Don Jacinto?
-Seee…¿cómo es su gracia?-el fotógrafo se quedó atónito ante la pregunta. No sabía a qué se refería. ¿Quizá era una forma de conocer al otro?
-¡Perdón!: ¿cuál es su nombre…?
-¡Ah! ¡Si! ¡Disculpe!, no había entendido. Soy Jaime Torres de Buenos Aires. Estoy tomando fotos. Buscaba alguien que me contase la historia del pueblo.
-¿Un porteño…? Le diré señorito: soy el único que se anima a venir por estos lares…Con solo mirar se meterá en la historia:¡así de fácil! Lo que ve, es el presente y temo que el futuro. Al pasado se lo tragó el agua. Si me disculpa debo cumplir una tarea.
-¡Sí hombre! descuide…
Mientras el anciano se alejaba malhumorado en compañía de su machete, el reportero lo seguía con la mirada.
¡De pronto!, se detuvo en la antigua estación de tren para luego darle de mazazos a un cartel oxidado:
“San Mauricio; Un Pueblo Con Futuro”.
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