Últimos minutos

Últimos minutos

Serafín Cruz

04/10/2018

Son apenas las ocho de la mañana. La ciudad estará despertando después de haber estado abierta sólo a unos cuantos: asqueados policías patrullando con desgana y ejercitando el escaqueo; personal sanitario aguantando el tipo a base de café y de Coca-cola y comprobando la pasividad del tiempo mirando el reloj constantemente; sofocados y sudorosos panaderos, habituados pernoctadores; toscos y rudos camioneros protegidos por alguna modelo de exuberantes pechos que decoran la cabina de su camión; esquinadas prostitutas de falda ridícula y ojo avizor ofreciendo su fatigado cuerpo a los escasos clientes que se les acercan; no habrá faltado, sin duda alguna, algún que otro borracho bailando con su perdido compás agarrado al gollete de alguna botella de alcohol barato y, tal vez, temiendo encontrarse con mala gente; ni el clásico pordiosero de barriga desafortunada -vergüenza debería darnos que haya gente así- ocupando uno de los duros bancos de hierro de algún solitario parque intentando conciliar el sueño tapado con cartones o, lo que es aún peor, al raso; y habrá vuelto a ser hijo de la noche el que tiene por oficio -si puede llamarse así- adueñarse de los bienes ajenos; y puede que hasta haya habido alguien deambulando de aquí para allá maldiciendo a cada paso su insomnio.

Pero ya se han disipado las sombras, la ciudad estará retomando la vida, el ruido será cada vez más insoportable, las calles se estarán colapsando por el intenso tráfico de coches con estresados conductores peleados con el tiempo, los viandantes también llevarán un caminar apresurado, la diferencia entre el día y la noche será cuasi palpable.

Las saetas de mi reloj avanzan inexorablemente, el segundero incluso parece ir más deprisa de lo normal, a pesar de que mi deseo, en estos indigeribles momentos, es que se detenga el tiempo, pues cada segundo que pasa noto más apretado el nudo que tengo en la garganta. Miro por enésima vez la posición facilitada y me cercioro de estar yendo hacia ella:

Latitud 34° 23′ 41» N

Longitud 132° 27′ 17» E

Compruebo el rumbo. Invariable. Compruebo la altitud. Perfecta.

Pienso que cuando cumpla con mi cometido seré recordado durante muchos años y, soportando estoicamente el miedo, cierro los ojos y pido a Dios que me perdone.

Me llamo Paul Warfield Tibbets, son las ocho y diez del día seis de agosto del año mil novecientos cuarenta y cinco, he acatado la orden del Presidente Harry S. Truman, soy piloto del bombardero B-29 Enola Gay, el código para el lanzamiento es Little boy, y dentro de cinco minutos estaré sobre el objetivo: Hirosima.





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