Primero fueron misioneros, luego caucheros, finalmente petroleros, mineros y el gobierno… los que están acabando con nuestro territorio y nuestro pueblo –cuenta mamita Cesárea a un grupo de jóvenes, entre ellos Twaru y Kiawka, sentados junto a la hoguera. Quiere hablarles sólo en lengua zápara, pero no todos le entienden, o sólo parcialmente, por lo que usa una fusión de kichwa y záparo.
Tuvimos que refugiarnos donde nuestros hermanos kichwas y achuaras -continúa- no nos daban respiro. Nos enfermábamos de males que nunca habíamos conocido y para los que no teníamos remedio. Durante mucho tiempo pensaron que nosotros, este pueblo descendiente del sagrado mono coto, de jaguares y boas, habíamos desaparecido, pero aquí estamos vivos y ustedes tienen la obligación de mantener nuestra memoria y nuestra lengua -les decía a los jóvenes, en un monólogo que los tenía extasiados.
Si no, ¿quién va a proteger a la ninamarum? -llora mamita- ¿Quién va a cuidar de nuestra venerable boa de fuego que vive bajo el suelo? la misma que los ambiciosos mishus quieren robar de la madre tierra, rompiendo su paz, hiriéndola de muerte, destruyendo todo lo que conocemos y nos han heredado nuestros abuelos, llenando el mundo de violencia y de dolor, como ya ha sucedido con otros pueblos que ustedes jóvenes conocen más que yo, porque han viajado más lejos.
La otra noche tuve un sueño hermoso, -confiesa- soñé que todo volvía a ser como antes o como debe ser para siempre. La selva estaba intacta, no había llegado ningún hombre blanco de barba, ni sus cruces, ni sus lanzas de fuego, nadie destruía un hermano árbol sin necesidad, menos miles de ellos. El hermano jaguar era el rey del monte y era al único al que temíamos. La hermana boa no debía esconderse y la sangre negra en que se convierte permanecía en el lugar sagrado que le corresponde. Los guacamayos, los tucanes y otras hermosas aves de coloridos plumajes, hoy casi desaparecidas, habían vuelto a ser numerosas y nos visitaban libres. No nos faltaba carne ni pescado en nuestras comidas, que eran acompañadas de abundante y fecunda chicha. Los hombres y las mujeres danzaban y se amaban sin temor, los guaguas nacían y crecían sanos… Claro, era sólo un sueño.
Pero, como para nosotros los záparas los sueños se hacen realidad: ¡espero que así sea! Deseo que ustedes sean los próximos ancianos, como yo lo soy ahora, que cuenten bellas historias en lengua zápara a sus hijos y a todos los descendientes que vendrán, espero no tengan que contarles más historias tristes.
Mamita Cesárea Santi no pudo continuar sus relatos de vida, de sueños y plenitud, con sus queridos jóvenes. Murió a los 92 años y con ella murió también la lengua zápara. Otros la conocen, un poco, pero nadie la domina como mamita Cesárea, ni como los demás ancianos zápara que desde hace varias décadas se han ido…
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