Desde lo alto de la montaña se veía el mar inundado de puntos enfermos, un grave mal llamado hombres, auto nombrados personas, aquejaba a toda la humanidad. Esa mañana, todo el día y toda la noche eran de día, sin sol, sin luna, sin estrellas, eterna y espesa claridad, estaba tranquilo.
En un principio, las personas gritaban, se empujaban y peleaban para apoderarse de alguna de las pocas tablas que flotaban, ya no había alimentos y el aire quemaba las fosas nasales, en los miles que flotaban solo la blancura de sus huesos señalaba la existencia de algo en medio de la espesa y profunda claridad.
Arriba, sentado en su montaña, el hombre observaba la nada, con su rostro entre las manos, se decía entre sollozos -¡hagan algo! Pero él, el pequeño señor de la grande y ridícula montaña, en medio de un mar lleno de muertos, lleno de manos vacías, se tapaba los ojos para no ver, solo observaba.
Al final, una madre rogaba a su hija que no llorase, la niña tenía un hálito de fuerza, la madre la había alimentado con pedazos de su propio cuerpo, la pequeña sufría pero luchaba por no llorar.
Entonces, sobrevino una neblina negra que se fue apoderando de todo el espacio, lentamente lleno cada rincón, la madre y su hija, aunque tomadas de la mano, no lograban verse, el mundo entero oscureció, la niebla negra llenó el mar y el cielo, subió por la montaña y lo tapó también a él, al hombre de la gran montaña.
El hombre de la gran montaña no atinaba a ver algo, la neblina también cubría su grande y ridícula montaña, nada existía, lo que fue una esperanza, desapareció, el hombre se ahogaba en su desesperación, pero solo se sentía él, solo él y nada más que él. Varias gotas de luz comenzaron a caer de la nada y salpicaban sobre la nada, en un extraño fulgor que impresionó al hombre de la gran montaña y le hizo levantarse, miró las lágrimas de luz y decidió correr hacia ellas.
Emocionado, bajó corriendo su grande y ridícula montaña, y mientras lo hacía, su respiración agitada aspiraba el negro humo, su boca abierta, de tal manera desmesurada, tragaba a raudales la neblina, sus pulmones se agigantaron y todo su cuerpo se agitaba, el hombre de la gran montaña era tan grande que al llegar a la orilla del mar, el mundo inmensamente oscuro habíase tornado inmensamente claro como era antes.
Terriblemente cansado, desfallecido sobre la salmuera de sangre que era el mar, comenzó a beber para calmar su sed, necesitó todo el mar para saciarse, los sobrevivientes sintieron tierra bajo sus pies otra vez.
El hombre de la gran montaña murió enterrado en el fango, las lágrimas de la niña formaron un pequeño y nuevo mar, sobre las muchas montañas que surgieron estamos nosotros, flotando en el aire porque no somos humanos, te contamos la historia, a ti, hija o hijo del hombre de la gran montaña.
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