El suceso que voy a narrar se remonta a mediados de los años cincuenta. Mis padres, maestros, habían elegido como primer destino un pueblo perdido del Macizo Central, en el corazón de Francia. Allí nací yo a finales de los cuarenta y allí me crié en lo que era, a la vez, mi casa y la escuela.

El recuerdo de la escuela de mi infancia despierta en mí, hoy todavía, olores como el de los pupitres de roble oscuro veteado que encerábamos con gran esmero cada sábado por la tarde o el de la tinta violeta dispuesta a escaparse del tintero con cualquier movimiento brusco, desastre siempre inminente.

Vuelven también a mi mente sonidos como el plumín raspando el papel de los cuadernos durante los largos dictados o el chirrido de la tiza en la pizarra. Pero el recuerdo que se me quedó grabado fue el de la proyección de la película “Crin Blanca”; yo tenía 6 años.

El maestro de los chicos, mi padre, entró en nuestra clase para anunciarnos con mucha solemnidad, la gran sorpresa de este fin de curso: vendrían de la ciudad, el próximo viernes, a proyectarnos una película. Al silencio inicial de sorpresa, le siguió una efervescencia bulliciosa que mi madre a duras penas consiguió acallar.

Y llegó el gran día.

Habían instalado el proyector y la pantalla en el comedor de los chicos, mayor que el de las chicas. Las ventanas fueron cegadas con varias hojas de papel de estraza unidas por cinta adhesiva. Se juntaron en la sala los bancos de ambos comedores y nos sentamos todos, a la derecha las chicas, a la izquierda los chicos. Risitas, codazos…Recuerdo que Elena, la alumna más responsable, fue la encargada de apagar la luz.

Oscuridad y silencio .

“Al sur de Francia, existe un país casi desértico llamado La Camarga. Crin Blanca es un magnífico semental, jefe de una manada de caballos salvajes, demasiado orgulloso como para dejarse domesticar por los hombres”.

Eso contaba la voz en off en el comienzo de esta película en blanco y negro que me atrapó desde el inicio. “El sur de Francia”; la expresión me trasladó a mí, niña de un pueblecito de Corrèze, a un lugar exótico como me lo confirmaron las primeras imágenes de caballos salvajes galopando entre los juncos de las marismas.

Y entonces apareció Él, Crin Blanca, hermoso como un caballo de cuento. Blanco, robusto, con largas crines que volaban al viento, cruzaba veloz una y otra vez la pantalla. Me quedé fascinada. Era tan hermoso que los “gardians”, esos pastores-jinetes cuidadores de las manadas de caballos y vacunos semisalvajes de esta región pantanosa, tenían una única obsesión: capturarlo.

Viví la lucha de Crin Blanca por escapar de sus lazos y sus cercas, y su amistad con Folco, el pequeño pescador. Este, que tendría pocos años más que yo, vivía junto a su abuelo y su hermana en una barraca, en medio de la marisma. Me emocioné cuando Crin Blanca, el caballo indomable, comprendiendo el profundo deseo del niño, se dejó montar por él y ambos, fusionados como un centauro, se perdieron durante largos minutos por los juncales, en un cabalgar gozoso.

Galopé con ellos en las dunas y los juncales, sentí el viento en mi pelo, el salitre en mi cara y hasta percibí el olor salobre de la marisma, yo que, entonces, nunca había visto el mar. Yo era Folco y Crin Blanca era mi caballo y mi amigo. Y los dos íbamos a cabalgar siempre, siempre…

Ambos, Crin Blanca y Folco, eran seres libres pero vulnerables. Los “gardians” le prometieron a Folco que si conseguía hacerse con el caballo, este sería suyo. Pero frente a la inocencia del niño y del animal se erguían la alevosía y la codicia de los “gardians”. Nunca respetaron la palabra dada. Y siguieron acosando, día tras día, a Crin Blanca.

Me sofoqué con el humo cuando los traidores, en un intento desesperado por apoderarse del caballo, prendieron fuego a los juncos para que él saliera de su escondite. Pero consiguió de nuevo escabullirse.

Y me agarré fuerte al cuello de Crin Blanca cuando ambos, a la mañana siguiente, para escapar de esos hombres que nos perseguían sin tregua, nos adentramos en el mar. Oí los gritos angustiados de los “gardians” “¡Vuelve, niño! Vuelve, niño! ¡Te va a llevar la corriente mar adentro!”

“Pero el pequeño pescador no escuchó a los “gardians” que ya le habían mentido una vez. Y agarrado al cuello de Crin Blanca, desapareció en las olas ante los ojos de los hombres. Nadaron mar adentro, cada vez más adentro, y Crin Blanca, con su fuerza extraordinaria, llevó a su amigo que había confiado en él, hacia un país maravilloso donde caballos y hombres siempre son amigos” .

La voz en off me hizo volver brutalmente a la realidad.

El proyector se paró y se encendió la luz del comedor. Entonces estallé en un llanto que, hoy todavía al recordarlo, hace aflorar las lágrimas a mis ojos. Todos mis compañeros fueron saliendo pero yo, sentada en un extremo del segundo banco, miraba, consternada, la pantalla donde habían desaparecido para siempre los dos amigos, tragados por la inmensidad del mar. Entonces, volví a oír el ruido del proyector y vi, asombrada, cómo, poco a poco, resurgían de las olas Crin Blanca y Folco, y, en una lenta marcha atrás, se acercaban hacia mí.

Y dejaron de girar las bobinas del proyector.

Ahí, a salvo en las dunas de las marismas, estaban los dos, Crin Blanca y Folco, abrazados para la eternidad.

Volví la cabeza. Mi mirada se cruzó con la del operador quien, sonriendo, me guiñó un ojo.

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Crítica del jurado

I. Es una bella historia de aprendizaje infantil, en un tiempo en el cual uno podría sumergirse en la magia de una película y sufrir como si fuera el propio protagonista, pues entonces no había diferencia entre ficción y realidad. Y además, era posible dar marcha atrás a la filmación, a la vida, manteniendo vivos para siempre a un niño y a un caballo. Pura nostalgia.

II. Un precioso cuento que nos habla de una iniciación y de una pérdida. La iniciación en la ficción, en el poder de la ficción, que va a acompañar a esa niña ya para siempre.

Pero también nos habla de una despedida, de una pérdida y de un duelo. Nos pasa con cada libro que leemos, con cada película, con cada serie. Normalmente no nos paramos mucho a pensar, pero es duro el mundo sin ellos. Independientemente de cómo acabe, cualquier historia acaba con ese duelo de la despedida.

El cuento me parece muy sencillo, lleno de verdad y emoción.

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