No he podido pegar ojo en toda la noche. Espero que el Orfidal me haga efecto muy pronto.
Percibo un avión como un inmenso ataúd que puede acabar en el fondo del mar con todos nosotros dentro. Los peces se darían un buen festín. Qué ruidosos son esos del fondo.
— Perdone, ésta es mi butaca.
— Disculpe.
Siempre pido la butaca más cercana al pasillo y en la línea de la salida de emergencia. Es por seguridad.
— Vaya jaleo que están armando los del fondo.
— He oído decir que son refugiados sirios que han obtenido permiso para ir a América. —El hombre va bien vestido, debe tener unos cincuenta años e inspira confianza por su aspecto relajado o quizá por las arrugas que surcan su rostro bondadoso.
Me giro. Observo sus rostros felices. Los niños, excitados, no dejan de moverse, un viejo está mirando al vacío con ojos vidriosos. Forman un abigarrado grupo multicolor.
Los motores braman y yo me pego al asiento con los puños y los ojos cerrados, intentando no pensar en nada. Estoy aterrorizado. Nunca he entendido cómo de golpe pueden echar a volar cuatrocientas toneladas de chatarra. Mi vecino se da cuenta.
— ¿Se encuentra bien? Está pálido. Miedo a volar, ¿no?
No puedo contestarle hasta más tarde, cuando el avión se ha estabilizado en altura.
— Viajo poco, ¿sabe?, y todavía no he superado la aprensión a volar. Soy hombre de tierra adentro.
— Ah, ¿sí? ¿De dónde?
— De un pueblo de Albacete.
— No debe preocuparse, el avión es el medio de transporte más seguro. ¿De turismo por Miami?
— He conocido a una chica por Internet y voy a visitarla. Se llama María, bueno, allá la llaman Mary. Creo que es de procedencia cubana. Nos hemos entendido muy bien en español. —Rebusco en mi abultada cartera—. No le puedo enseñar su foto ahora, la he puesto en la maleta.
— No importa, seguro que es muy guapa.
— Mire, le llevo este obsequio. ¿Le parece que quedaré bien?
— Un anillo precioso. Seguro que le gusta. ¿Va a casarse con ella?
— No lo sé, cuando nos conozcamos, veremos. —Qué sé yo cómo irá esta vez, pienso para mis adentros.
Me guardo el anillo en el bolsillo del pantalón. El runruneo del motor me adormece. Creo que me han despertado un par de veces para ofrecerme bebida o comida, pero he vuelto a dormirme.
De repente oigo un ruido seco y abro los ojos agarrándome a los brazos del asiento. Miami. Desde arriba se la ve extensa, blanca y soleada, con altos edificios y grandes zonas verdes.
Somnoliento, me despido de él y nos damos la mano.
— Que le vaya muy bien aquí.
— Que consiga su novia —me guiña un ojo pícaro. Ni le he preguntado su nombre.
En la zona de recogida de maletas iba detrás de mí, pero le he perdido de vista. Dejo mi chaqueta en el carro mientras espero, hace calor. Por fin diviso mi maleta azul, acercándose lentamente, como una vieja amiga. Menos mal, no me han perdido el equipaje. Cuando la coloco en el carro me doy cuenta de que falta mi chaqueta. Debería estar aquí, colgada, la dejé hace unos segundos, o quizá fueran minutos, el tiempo se vuelve muy relativo a veces, una oleada de calor invade mi rostro, miro alrededor, en el suelo, más lejos. Aquí estoy, bloqueado por la angustia, entre la indiferencia confiada de la gente, ah, los sirios, por qué gritan tanto. Sus maletas desvencijadas, sus bultos, no sé por qué me fijo en esto, ¿dónde está mi chaqueta? Me desespero, grito. Busco con la vista a mi compañero de asiento, él seguro sabría qué hacer.
— ¡Me han robado mi chaqueta! —Mi voz surge como si fuera de otro— ¡Al ladrón! ¡Al ladrón!
Por supuesto, nadie me hace caso, me empujan. Alguien me señala una garita con unos policías dentro. Con un nudo en la garganta, me pongo en la cola, junto con los demás. Siento su olor a sudor, pero no puedo alejarme.
— Passport, please.
— Dentro hay dos policías muy grandes, con cara de pocos amigos. Al fondo, una foto de Donald Trump preside la cabina.
— Perdone, es que me acaban de robar la cartera con todos mis documentos.
— Do not have documentation?
— Me han robado, no tengo documentation. Por favor, quiero denunciar el robo.
— Go to that sector. —Me señala imperiosamente una zona acotada en la que van acumulándose todos los que no pasan el control. —Fill out this form—, sus ojos miran al siguiente de la cola mientras me entrega desdeñosamente un impreso.
Entiendo que debo rellenar este horrible manojo de papeles y entregárselo para que me den alguna documentación provisional y poder entrar en el país, esta gente es muy organizada. En un momento en que se abre la puerta acristalada diviso a Mary, al otro lado, esperándome. Seguro que es ella, la conozco por las fotos que me envió, y además me dijo que se pondría su vestido rojo. Es tan bonita. Agito mis brazos, la llamo, pero no me oye ni me ve, está mirando hacia los viajeros que están saliendo. Vuelve a cerrarse la puerta.
Me dirijo al rincón que me han asignado y empiezo a rellenar el impreso, como otros muchos. Habrá que ir con cuidado, hay un montón de chorizos en este país. Impreso I-589, Application for… No entiendo nada. Miro al vecino. Aquí ponen el nombre. Complete last name. Esto debe ser el apellido. Tacho y lo indico. First name: aquí el nombre. Es como en todos los sitios, aunque algo más complicado. Voy rellenando el interminable formulario como puedo, dejando bien claro en español que me han robado la chaqueta, la cartera, los documentos y el teléfono móvil. Menos mal que guardo el anillo en el pantalón. A continuación vuelvo a la ventanilla del policía con cara de perro y se lo entrego. Lo sella y me devuelve un justificante. Me señala una sala reservada. A esperar. Vaya contratiempo. No entiendo por qué la gente que espera conmigo está tan contenta, sus ojos rebosan alegría. Deben estar acostumbrados, pobre gente.
***
— Follow me please. —El guarda uniformado es atento pero autoritario—. Han transcurrido unas tres horas interminables. Por fin nos van a sacar de aquí. Nos meten en un autobús. Sigo sin entender nada. Todos son refugiados. Le intento explicar.
— Exquiusmi, soy español, soy turista, me han robado la cartera.
Él mira mi papel, que todavía llevo en la mano, y me indica el autobús, sin más explicaciones.
— Get on the bus, please —su tono es amable pero firme.
Entro en el autobús, no me dan otra opción. Nos llevan a una nave, cerca del aeropuerto. Parece un centro de internamiento. Me hacen entrar en una sala, junto con otros hombres jóvenes, y me asignan una litera y un pequeño armario. Al deshacer la maleta coloco cuidadosamente la foto de Mary en el cabezal de la cama. La miro y sin saber por qué, se me nublan los ojos. El nudo se me ha bajado al estómago y me tiene atenazado.
— Alicia, ¿qué haces con esta maleta?
— Voy a dejarte. Estoy harta de ti.
— Pero yo… ¿Qué te he hecho?
— Di más bien lo que no has hecho. Adiós.
Alejo mis recuerdos y me sumerjo en un sueño intranquilo. A la mañana siguiente hablo con el encargado de turno. ¿Nadie entiende español en este país? No pertenezco a este grupo, soy un turista español, me han robado la documentación, no papeles, ¿entiende? Él se encoge de hombros.
— Quiero hablar con el boss de aquí.
Vaya, esto parece que lo ha entendido. Me entrega otro impreso.
— Fill out this form, please.
Mientras vuelvo a escribir mi nombre se me van los pensamientos hacia mi humilde, querido pueblo.
***
Han pasado dos días. Por fin me llevan ante el jefe. En su despacho hay muchas banderas de barras y estrellas y otra foto del Presidente, aquí sugiere que está cabalgando, con un brazo al frente y el dedo extendido. El oficial me observa de arriba abajo. Debo parecerle un inmigrante más, bajo, moreno y barbudo.
— Buenoss días. Pod favod, your problem?
— En el área de recogida de maletas —le hablo despacio, para que me entienda bien— me robaron la chaqueta con toda mi documentación y mi dinero. También mi móvil. Me han traído aquí por error, yo no soy un refugiado, soy un turista español que ha perdido la documentación. Quiero hablar con mi embajada, seguro que ellos tienen una solución.
Le enseño la copia del impreso que presenté en el aeropuerto.
— Aquí lo indico todo.
El policía examina detenidamente el impreso. Él también me habla despacio, en tono casi paternal, arrastrando las sílabas.
— Usted no tiene papeles. Esto lo complica todo. Ha presentado una solicitud I-589, —me señala el impreso con el dedo—, Application for Asylum and for Withholding of Removal, ¿ve? Debe tener paciencia, con el tiempo le darán su permiso de asilo y podrá entrar libremente en el país, pero ahora debe esperar.
— ¡Cómo! ¿Esperar más? ¡No puedo esperar más! Me equivoqué, rellené el impreso que ustedes me dieron. ¡Quiero hablar con mi embajada!
— Lo siento, no puedo hacer nada más por usted ahora. No obstante, se estudiará su caso. Ahora debe esperar tranquilo.
El nudo de mi estómago se deshace a gritos.
— ¡Tranquilo! —le cojo del brazo, mientras mi tono de voz va en aumento—. No estoy tranquilo. Estoy enfadado, muy enfadado. Ustedes se están equivocando, me toman por un refugiado, yo sólo quiero entrar de turista… ¡Exijo salir de aquí ahora mismo!
A una indicación del funcionario, dos gorilas han entrado en el despacho y me llevan casi en volandas hasta una celda aislada. Grito, pego patadas a la puerta cerrada. Todo es inútil.
***
No sé cuánto tiempo ha pasado. Aquí no entra la luz del día. Me han dado dos comidas y dos cenas, por tanto debo llevar una par de días encerrado. En silencio. Al lado oigo alguna vez a otro preso rezar en árabe sus oraciones. Tampoco es posible entenderse con él. Me siento tan solo como cuando Margarita, otra novia que tuve hace unos años, me dejó por aquel imbécil. Fue muy duro, me costó mucho superarlo.
Solo. ¿Quién se acuerda de mí? Acaricio el anillo que sigo llevando en mi bolsillo. Mis padres no se extrañarán de mi ausencia, la verdad es que voy poco a verles. A mis amigos tampoco les sorprenderá que no les dé noticias, les dije que me venía para América a conocer a una nueva novia y pensarán que estoy muy ocupado.
En mis largas horas muertas, mientras manoseo el anillo, me imagino en un largo corredor tocando a todas las puertas, pero ninguna se abre, nadie contesta, solo el silencio.
***
Al cabo de unos tres días me han sacado de la celda y me han llevado de nuevo a la sala de los solteros. Aquí todo está igual que antes. Hablan entre sí en una lengua que no entiendo, aunque alguno conoce palabras en inglés.
— Yo spanish, no sirian —le digo a mi vecino de litera. Me mira con ojos incrédulos.
— You talk to guard —me indica con el dedo a unos policías.
— Ya lo he hecho, y no me creen.
Me mira con ojos compasivos.
— Pray to Allah. —Junta sus manos y mira al oriente.
Hace tiempo que no rezo. Creo que he perdido la conexión o algo así. Alicia sí era muy religiosa, a veces me pedía que la acompañara a misa, pero yo procuraba zafarme.
— ¿Cuánto tiempo hace que no vas a confesarte?
— Déjame, eso no va conmigo.
Mi compañero me ofrece un trozo de bocadillo. Es su manera de obsequiarme con lo poco que tiene.
***
Han pasado dos semanas. La vida aquí se ha convertido en una rutina. Algunos se van, otros llegan, nadie parece fijarse en mí. La verdad es que aquí tampoco se vive tan mal. La comida no es mala, los baños están limpios, me tratan correctamente, y ya no siento aquel molesto nudo en el estómago. Incluso veo la televisión, hay programas en castellano, aunque la mayoría de los que comparten cautiverio conmigo los prefiere en inglés. Son gente sencilla, les han quitado todo, y quieren olvidar e integrarse en un país seguro.
Poco a poco estoy aprendiendo algunas palabras en inglés. Sigo presentando formularios, a esta gente les encanta.
Me he colocado el anillo en el dedo menique. Acariciarlo me da algo de seguridad.
Dicen que mañana estemos bien aseados, vienen unos periodistas.
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