Como muchos de mis compatriotas, al comienzo del siglo XXI, emigré a la vieja Europa con la esperanza de un futuro mejor. También como muchos, me mudé a uno de aquellos pequeños pueblos de la España vaciada que alentaban a los extranjeros a instalarse allí.
Pero mi vida, no fue exactamente lo que esperaba y pronto comprendí porque estos pequeños pueblos se iban quedando sin habitantes. Vivía en una habitación pequeña y oscura, de una antigua casa de piedra de más de 300 años. Mi vida se convirtió en una rutina sin sentido, un ciclo interminable de trabajo y sueño.
Una noche, mientras dormía, tuve un sueño extraño. Soñé que estaba en el medio de los Esteros del Iberá, rodeado de árboles que parecían tener ojos y brazos que se movían como si fueran seres vivos con alma. Era tan real, que sentía el viento silbar en el medio de las copas.
De repente, una figura emergió de la oscuridad. Era el Ñacurutú, un espíritu del bosque que parecía tener una presencia física, pero que al mismo tiempo era completamente irreal. Se me acercó y me habló en un susurro que parecía venir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. «Tu vida es un desperdicio. Debes seguirme si quieres encontrar una salida.»
No sé qué extraño sortilegio hizo que siguiera al Ñacurutú hacia el corazón de la selva, en el medio de los esteros. Pero cuanto más caminaba, más me perdía en el laberinto que, árboles y arbustos, iban creando a cada paso.
Me comencé a sentir desesperado. ¿Qué sentido tenía seguir al Ñacurutú si no había salida? ¿Qué sentido tenía vivir si la vida era un laberinto sin sentido? Pero el Ñacurutú siguió adelante, sin responder a mis preguntas, y yo seguí detrás de él, sin saber adónde íbamos ni por qué.
La situación era cada vez más insoportable, la noche más oscura, los árboles cada vez más grandes, el bosque cada vez más cerrado. Me comencé a sofocar, me faltaba el aire. Sabía que era un sueño, pero a la vez no podía despertar. Y despertaba, pero lo hacia dentro de otro sueño y volvía a despertar otra vez dentro de otro sueño. Era desesperante. Era como Sísifo.
Finalmente, desperté realmente del sueño, sintiendo una sensación de alivio y de confusión. ¿Qué había significado todo aquello? ¿Qué había querido decirme el Ñacurutú? ¿Cómo se relaciona esta leyenda de mi pueblo, con el mito de Sísifo?
Pronto la confusión pasó y quedó el alivio. Comprendí que mi viaje de más de 11.000 km. desde mi pueblo, hasta este perdido pueblo de la España vaciada no fue solo físico, sino también simbólico, representando la búsqueda de mis sueños y la muestra de mi perseverancia ante las adversidades.
Y, si bien, no había tomado la mejor decisión en su momento, creo que a partir de hoy y gracias al Ñacurutú, emprenderé nuevamente, cual Sísifo, la ardua tarea en la búsqueda del logro de mis sueños.
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