Moneda cuántica

Moneda cuántica

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Tengo la costumbre de juguetear con pequeños objetos en mis manos mientras miro TV o cuando hablo largamente por teléfono. Corchos que han sido tapones de botellas, bolígrafos, monedas, frasquitos o cualquier otro elemento que un rato antes haya tenido un uso práctico inmediato o que esté a mi alcance me sirve para tal fin. Al rato, olvido que tengo ese mínimo juguete bailando automáticamente de una mano en otra y, a menudo, termino perdiéndolo vaya a saber cómo. Sin embargo, cuando dejo de mirar la TV, suelo advertir la ausencia del adminículo en mis manos y me pongo a buscarlo tan solo para no dejar nada tirado y, de esa manera, evitar el reproche de mi mujer. Jamás recuerdo cuándo ni dónde me abandonó el objetito. A veces lo encuentro, simplemente, en mi regazo; otras, sobre la mesa próxima al sillón en el que estoy sentado; las más, en el piso, a mi alrededor.

Muchas veces abandono la búsqueda porque el juguete no aparece en seguida (las patas traviesas del gato contribuyen a su ocultamiento) y, como no me preocupa demasiado su presencia o ausencia, excepto por el regaño conyugal, me olvido de él. Al día siguiente, o a los dos o tres días, el pequeño perdido suele asomarse por debajo de un mueble o en una habitación vecina y tal vez volverá a estar en movimiento entre palmas y dedos, metacarpos y falanges durante la sesión de TV de esa misma jornada.

Cuando converso largo rato por el teléfono fijo, me acomodo el aparato entre hombro y oreja recostado en el sillón y también suelo jugar con esas pequeñeces. En especial cuando hablo con mi nieto, radicado muy lejos, en otro continente. El muchacho es un ingeniero dedicado a la física cuántica, o algo así, que se empeña infructuosamente en hacerme entender el comportamiento de las partículas subatómicas: de cómo pueden viajar por el espacio y el tiempo, desafiando las leyes convencionales de física, y otras complejidades cuyo intento de comprensión amenaza con hacerme estallar los sesos. Pero, por suerte, también hablamos de fútbol.

Justamente esta mañana estaba hablando por teléfono con mi nieto mientras pasaba entre mis dedos una moneda de dos liras italianas de plata a la que mucho valoro porque la heredé de mi padre y este de mi abuelo. A poco de iniciar la charla, la ingrata se me resbaló y cayó al sillón. “Luego la busco”, recuerdo que pensé, pero la charla se extendió bastante, me olvidé de hacerlo y por allí quedó.

Un rato después me acordé de ella y comencé a buscarla. En eso estaba cuando, para mi sorpresa, volvió a llamar mi nieto. Era para contarme que acababa de encontrar mi moneda de plata en un pliegue de su sillón.


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