-1-

Ninguna estrella cayó del cielo el día que Mischoll nació. No estaba predestinado a grandes cosas, no ceñiría corona, ni cambiaría la historia del mundo. No hubo ningún eclipse ni el mundo detuvo su avance mientras él tomaba el primer aliento. Sólo era un pequeño ser rosáceo que lloraba como todos los demás. Una de las pequeñas maravillas del mundo luchando por respirar.

Su llanto rompió la fría noche de las afueras de Poitiers en una oscura noche estrellada. La comadrona lo dejó en las manos de su progenitor, que lo sostuvo con la torpeza de los padres primerizos, después lo dejaron sobre su madre, y él se relajó con el calor exhausto que esta desprendía.

Los días pasaron y pronto fue patente que se trataba de un niño fuerte y sano, así que los padres perdieron algunos de los miedos que en aquella época acompañaban a los alumbramientos.

La infancia del niño transcurrió feliz, con más alegrías que muchas y menos sinsabores que la mayoría. Siempre recordaría el calor del sol sobre el campo de mies, las olas de trigo acariciadas por el viento y el olor del pan cocido en el horno de la cocina familiar, molido en el viejo molino de su padre, cuyas aspas giraban al mismo ritmo que el devenir de los días.

Tuvo la suerte de vivir en un cruce de caminos donde las principales avenidas que confluían hacia París eran recorridas por un sinnúmero de gentes, muchas de las cuales pernoctaban en la pequeña alquería que se erguía cerca del molino.

Allí el niño conoció a multitud de gente, mercaderes y buscavidas en su mayor parte, viajeros que de manera periódica hacían ese camino, aquellos que ilusionados viajaban hacia la ciudad, o aquellos que habiéndose enfrentado a ella recorrían el camino contario con los hombros bajos y el paso lento.

Hizo amistad con el envarado húsar que recorría el camino una vez a la semana y se mostraba sobrio y orgulloso con todos menos con él, al que incluso le dejaba tirarle de los enormes bigotes.

Aprendió secretos femeninos de las damas que recorrían el camino lanzando miradas cargadas de sentidos que él no comprendía a los que pasaban por él mientras ellas descansaban. A sus padres no les gustaban aquellos tipos de mujeres y le prohibían que hablase con ellas, lo que las dotaba de un aura de misterio e interés que hacía que buscase cualquier ocasión para escapar a verlas. Ellas le recibían con sonrisas, juegos y algún dulce que salía de sus bolsas.

También había aquellas que volvían, normalmente con tensas sonrisas en los labios que no se compartían en sus ojos y que normalmente olían como la oscura bodega llena de barricas de la alquería. De ellas aprendió frases que no repetía delante de sus padres, por que aunque no sabía qué significaban podía imaginarse una idea que le producía una sensación traviesamente agradable, como cosquillas en el alma.

Pasaron los años, y Mischoll pasó de niño a muchacho, y con la celeridad de la época pronto fue considerado un adulto, y no tardó mucho en aparecer el amor.

Ella llegó a su vida a lomos de un caballo acompañada de un caballero, pasó un noche en la alquería y él marchó sin mirar atrás quedando ella de la mano de nuestro protagonista que por primera vez sentía latir el corazón de aquella forma tan particular que solo una persona especial puede provocarnos..

Correremos aquí un velo por el tiempo que ambos compartieron, pues sólo a ellos incumbe. ¿Vivieron juntos una semana, un mes o un año? ¿A quién importa? Baste decir que su felicidad fue perfecta y que prometía ser eterna.

O eso imaginó él.

-Sinopsis-

Mischoll, un joven francés de la mágica época entre el siglo XVIII y XIX descubre que su primer amor le ha robado el corazón y por tanto es incapaz de amar de nuevo. Con una enorme cicatriz en el pecho recorrerá el mundo buscando una solución entre médicos, sabios y mujeres a las que no tiene nada que entregar.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS