Prólogo
Existen muchos tipos de pasados. Algunos son agradables, de esos que siempre sienta bien echar la vista atrás y darle un saludo desde tu presente, o simplemente no hay nada interesante en ellos como para interesarse en recordarlos. Otros son motivo de orgullo, como un trofeo expuesto en un estante de tu casa para que todos vean lo que lograste. Cada pasado es distinto y las personas los manejamos como creemos que será lo mejor.
Sin embargo, hay un tipo de pasado del que no se suele hablar. Ese del que nos avergonzamos, que duele al mirar atrás. Desearíamos poder enterrarlo para no tener que lidiar con él nunca más e impedirle seguir haciendo daño a nuestro presente.
Esos pasados son los peores, porque seguirán volviendo a ti hasta que los mires directamente a los ojos y seas capaz de aceptarlos.
Capítulo 1
–Aquí dice que ha tenido experiencia en restauración con anterioridad, ¿dónde ha trabajado?
–Fui contratado en un bar de mi calle durante el invierno, estuve dos meses como camarero y el último mes en la cocina.
Ahora que el verano había terminado, casi la mitad de los trabajadores del Café La Villa habían tenido que volver a sus hogares o a retomar sus estudios universitarios, así que el dueño necesitaba personal de forma urgente. Teniendo en cuenta cómo estaba la situación en el país esperaba tener varias solicitudes de empleo, pero sólo aquel chico había ido a preguntar. Eduardo Caballero Pérez, veinticuatro años y un grado de cocina además de tres meses de experiencia anteriores. Parecía adecuado para el trabajo, así que el señor Francisco le contrató casi de inmediato. Le ofreció la mano para darle un buen apretón a modo de enhorabuena.
–Bien chaval, empezarás mañana a las nueve – firmaron el papeleo del contrato mientras le explicaba las normas del local –. Te quiero con las manos bien limpias y ropa adecuada para la cocina. Nada de zapatos abiertos, pantalón corto, anillos ni pendientes, ¿queda claro?
Eduardo puso su firma en el contrato, ilusionado por haber logrado el trabajo.
–Por supuesto, hasta mañana, jefe.
Menos mal que volvía a tener dos cocineros, Anabel ya no podía con todo ella sola. No eran el bar más famoso de Alcoy, pero el hecho de tener el local cerca del centro de la ciudad suponía tener varios clientes día a día, en especial a horas puntas. La nueva camarera que había contratado la semana anterior también estaba siendo una gran ayuda. Cuando Eduardo se marchó era hora de cerrar, así que Francisco salió a despedirse de todos los demás a medida que se marchaban.
– ¿Dónde está Julia? – Lo normal a esa hora era que ya estuvieran todos en la sala de personal a punto de irse – ¿Ya se ha marchado?
La otra camarera del bar señaló con la cabeza detrás de la puerta mientras se ataba los zapatos.
–Aún está en la cocina, no sé qué está haciendo – antes de salir se quitó la goma del pelo para soltar su melena castaña –. Creo que sigue de mal humor por haber roto esa taza.
El hombre soltó un bufido de resignación, cruzándose de brazos un poco molesto.
–Ya le dije ayer que no pasaba nada por eso… Que pases una buena noche, Noelia.
–Gracias Paco, hasta mañana – la chica se despidió con una sonrisa antes de marcharse.
Como había dicho su compañera, Julia se encontraba en la cocina terminando de lavar los platos sucios. Su rostro expresaba una mezcla de agotamiento y frustración que preocuparon profundamente al dueño. Desde que le había dado el trabajo sabía que no era una chica precisamente alegre o energética, pero se esforzaba mucho por hacerlo todo bien, hasta el punto de llevar varios días enfadada por una taza que rompió el segundo día que estuvo allí. Él carraspeó suavemente para que ella se percatara de su presencia.
La joven se sobresaltó al escuchar a Francisco y se giró hacia él de inmediato.
–Buenas noches, estaba terminando esto antes de irme – sonrió incómoda –. Sólo me quedan un par de platos para acabar.
–Deja eso y vete a casa, anda – algo en esa muchacha le hacía despertar su lado paterno –. Ya lo lavo yo cuando llegue mañana, no te preocupes.
Haciendo caso a su jefe, suspiró cansada y se dirigió a la sala de personal para recoger sus cosas. Era un hombre muy amable para ser el dueño de una cafetería en el centro de la ciudad, comparado con otros jefes éste sí daba los sueldos el día que tocaba y trataba a los trabajadores de forma digna, incluso se preocupaba por su salud o si se sentían bien en el local. Si fuese un mundo de ficción, casi diría que estaba sacado de un libro. A pesar de esto, Julia no trabajaba allí por gusto, simplemente quería tener experiencia y dinero antes de independizarse. Tenía veintitrés años, su familia ya empezaba a dejar caer indirectas acerca de irse a vivir por su cuenta. Ya que estaba allí por presión de sus padres, al menos agradecía que le trataran bien.
De todos modos ella agradecía poder tener aquellas horas ocupadas, pues lo peor llegaba en cuanto tenía un mínimo de tiempo libre. Todo lo sucedido a lo largo del día comenzaba a repetirse en su cabeza de nuevo, pero repitiendo una y otra vez los momentos en los que pensaba que había hecho el ridículo o esas miradas que no sabía distinguir si eran buenas o malas. Su corazón se aceleraba poco a poco y las ganas de llorar la invadían casi sin avisar. Llegaba a casa mucho más cansada de lo que debería estarlo gracias a su mente.
–Menuda mierda de ansiedad – gruñó para sí misma una vez estuvo tirada en la cama y pudo llamar por teléfono a su amiga Beatriz –. Como el psicólogo vuelva a aconsejarme que simplemente “no me agobie tanto” pienso lanzarle un zapato.
– ¿Por qué no pides que te cambien a ese tipo? Es obvio que no te está ayudando – ahora que Bea se había ido a vivir fuera habían tomado por costumbre llamarse de vez en cuando para ponerse al día, siempre que los pacientes de su consulta se lo permitieran –, al menos yo no hago más que verte estresada a diario.
No quería decirle que era el cuarto profesional al que iba y todos los de la seguridad social le habían parecido igual de poco preparados, además de que no tenía bastante dinero en ese momento para poder pagarse sesiones privadas. Lo mejor era desviar la conversación hacia otro lado.
–Cuando te gradúes te pediré que tú seas mi psicóloga, ¿qué tal la consulta?
Beatriz suspiró desde el otro lado del teléfono. Era obvio que no podía hacer hablar a Julia desde ahí, ella nunca contaba a nadie lo que pasaba por su cabeza. Se conocían desde primaria y nunca había visto a su amiga pedir ayuda a nadie a no ser que llegara a un punto que no pudiese soportarlo más, así que estaba preocupada.
–Bien, ¿sabías que Susana ha abierto la suya en Barcelona? No me puedo creer que esa borde se haya graduado en algo como esto – al instante se dio cuenta de lo que había dicho –. Ay cielo, olvidé que no te gusta hablar de esta gente, lo siento…
La voz de Julia tembló un momento al recordar que su antigua compañera de clases había estudiado también psicología. Efectivamente, el tema de sus compañeros de clase era tabú para la joven, incapaz de pensar en su pasado sin que la memoria le jugara una mala pasada. No podía creerse aún que una de las que se metieron tanto con ella de joven ahora fuese a ser responsable de la salud mental de otras personas, era simplemente injusto. Inspiró fuerte antes de hablar para tomar fuerzas.
–Pues allí está bien, así no tendremos que verla más – sonó demasiado forzada, confió en que Bea no se diera cuenta o al menos lo ignorara –. No te preocupes por mí, creo que debería empezar a hablar de ellos para ir superándolo.
–Supongo que sí… – Julia odiaba cuando le decían que no se preocupara por ellos, eso sólo hacía que se preocupara aún más.
***
Dispuesto a causar buena impresión, Eduardo llegó al trabajo media hora antes de la hora de apertura, adelantando incluso al dueño del bar. Francisco soltó una buena carcajada al verlo sentado con cara de sueño en el suelo, lo espabiló con una palmada en el hombro que lo hizo levantarse de un salto. Si se hubiese quedado allí un rato más se habría dormido en el escalón de la puerta.
–Con venir diez minutos antes sobra, chico – los dos juntos abrieron el café y empezaron a limpiar todo para recibir a los clientes – ¿Preparado para tu primer día? ¿Con ganas de conocer a los demás?
Eduardo trabajaba con energía y mucho entusiasmo, silbando a medida que hacía las tareas. Si además cocinaba bien, Francisco habría encontrado un empleado ideal para acompañar a la cocinera. Sin contar al muchacho, había cinco personas trabajando allí. Durante el verano eran el doble, pero en temporadas sin vacaciones no era necesario tanto personal. El siguiente en llegar fue Javier, el otro camarero que trabajaba allí.
–Buenos días – el chico no tendría más de veinte años. Al ver a Eduardo con el uniforme esbozó una pequeña una sonrisa –. Vaya, caras nuevas. Imagino que vas a trabajar con nosotros.
Los dos congeniaron rápidamente y estuvieron hablando un buen rato mientras esperaban a los demás compañeros y a los clientes. Noelia y Anabel llegaron casi al mismo tiempo, presentándose también. Julia llegó la última, encontrando a todos hablando en círculo de forma animada.
–Buenos días, ¿por qué este alboroto? – preguntó en alto al entrar por la puerta.
–Tenemos un chico nuevo – Francisco la animó a acercarse –. Ven y te presento al nuevo cocinero, este es…
–Eduardo.
La sequedad en el tono de Julia dejó a todos en silencio. Ella se había quedado pálida al tener al joven delante, mirándolo como si un fantasma se hubiese aparecido en sus ojos. Él no entendía que pasaba y soltó una pequeña risa incómoda.
–Vaya, así me llamo, ¿nos conocemos de algo? – Al observarla mejor empezó a reconocerla, pero no recordaba por qué –. Me suenas de algo, ¿dónde te he visto antes? Espera un segundo.
Haciendo que la chica palideciera aún más, Eduardo le quitó las gafas de pasta sin avisar. Todos estaban extrañados por la actitud de Julia, cuyos ojos verdes parecía que iban a salirse de sus cuencas por cómo miraba al cocinero. Él sonrió ampliamente cuando se dio cuenta de por qué le sonaba tanto haber visto alguna vez a la joven.
– ¡Anda, si tú ibas al colegio conmigo! – Le devolvió las gafas, dándole una palmada en la espalda – ¿Cómo te llamabas? ¿Joana, creo?
Julia no lo soportó más. Apartó a Eduardo de un manotazo y salió corriendo a la sala de empleados sin mirar a nadie, extremadamente alterada. Se encerró en el baño con el teléfono en sus manos, pero le costaba marcar el número de Bea por culpa de las lágrimas que nublaban su vista. Cuando logró llamar no paraba de hiperventilar.
–Buenos días Julia, ¿qué…? – Los sollozos en el auricular la alarmaron – ¿Estás bien, cielo? ¿Qué te pasa? ¿Necesitas que llame a alguien?
–Eduardo está aquí – susurró ella –. Va a trabajar aquí conmigo Bea, voy a tener que verlo todos los días hasta que se me acabe el contrato.
Los recuerdos invadían la mente de Julia. Si bien casi toda la clase había vuelto su etapa escolar un infierno, la persona que más daño le hizo fue precisamente Eduardo. Él era quien reunía a los demás niños para que la golpearan entre todos sin piedad, o el que llenaba un cubo con agua estancada para lanzárselo justo antes de entrar al colegio. Insultos, golpes, humillaciones… Las había soportado durante casi diez años y pensaba que al terminar secundaria no tendría que encontrarse con él nunca más. Llevaba ocho años evitándolo constantemente, ¿y aparecía así sin más? ¿Para trabajar con ella además?
No. Se negaba. No quería volver a ver a nadie de ese estúpido colegio, no soportaría ver su cara a diario y arriesgarse a revivir todo aquel sufrimiento. Ya había tenido bastante de todo aquello. Pensó que podría renunciar al trabajo ese mismo día, pero no encontraría un puesto tan bueno como aquel y realmente necesitaba el dinero. Bea no sabía cómo calmarla de tal crisis de ansiedad desde tan lejos, pero al menos podía dejar que se desahogara para que sacara todo lo que tenía dentro. Insultó a Eduardo con toda clase de maldiciones, preguntándose qué demonios se le había perdido en ese local. Maldijo el día que decidió echar el currículum allí y el día que aceptó el trabajo. Al cabo de un rato suspiró profundamente y se limpió las lágrimas en el lavabo.
– ¿Estás mejor? – Le preocupaba que Julia llevara unos minutos sin hablar – ¿Crees que podrás trabajar hoy?
Se miró al espejo, tenía toda la cara roja de tanto llorar, pero nada que un poco de maquillaje no arreglara por el momento. Cogió el teléfono después de secarse las manos.
–Sí, tranquila. Al menos está en la cocina, así que no le veré demasiado… – Alguien llamó a la puerta –. Luego hablamos, adiós.
Noelia estaba fuera esperando y le preguntó la razón de su actitud. Julia no hablaba nunca de su pasado, no le gustaba. Pero esa vez no fue capaz de callarse, a pesar de que apenas conocía a su compañera de trabajo. Le contó que Eduardo había sido su acosador y que tenerlo allí le había asustado demasiado, por lo que había tenido que irse un rato.
–Vaya, no sabía eso – la mujer no solía ser dulce o amigable, pero esa vez se estaba mostrando muy comprensiva con la situación –. No te preocupes Julia, si te dice cualquier cosa avisaremos al jefe, ¿de acuerdo? Intenta hacer como que no está ahí.
¿Qué otro remedio tenía? Quiso confiar en las palabras de su compañera, así que se maquilló para ocultar cualquier rastro de que había llorado, se puso el uniforme y salió con su mejor sonrisa. Tan solo le quedaba hacer de tripas corazón cada vez que se lo viera por allí.
SINOPSIS
Julia Ferrer Morales es incapaz de mirar a los ojos de su pasado. Diez años de acoso escolar la han vuelto una mujer distante e incapaz de llevar una vida normal, así que se refugia en su trabajo a jornada completa, sus lienzos y en las escasas amistades que ha logrado forjar. Quiere confiar en que podrá seguir huyendo toda su vida para no tener que enfrentarse a todos esos recuerdos que tanto dolor le causan, así que la rutina se vuelve su mejor aliada.
Pero el destino es caprichoso, así que hace coincidir su camino con el de Eduardo Caballero Pérez, la última persona a la que tiene ganas de ver.
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