1
El patio del café Lamur consistía en un cuadrado ubicado entre el establecimiento y la librería Charlotte. Mesas redondas cubiertas por manteles rojos y sillas acolchadas de mimbre se desplegaban bajo una selva de macetas colgantes colmadas de un verde colorido. Una escalera de piedra en el fondo conducía a la terraza desde la que podían verse los Jardines Centrales: con su follaje otoñal se extendían en un gigantesco rectángulo contenido entre los altos edificios de un azul platinado. Algunas personas deambulando en las veredas cubiertas de hojas. El cielo despejado transmitía una sensación de frialdad fomentada por el sol enfermo que coronaba las alturas. Una torre de reloj que sobresalía desde el centro de los jardines señalaba las cuatro y media. Esa tarde un viento fresco relamía los edificios mientras transportaba las voces de la siempre activa ciudad.
Nicole y Elliot se hallaban en una de las mesas de la terraza. Cada uno tenía delante de si una taza de café con crema y, en el caso de ella, una porción de pastel de cereza a medio comer. La joven llevaba falda y blusa negras y un chaleco rojo, él un suéter marrón con unos pantalones beige. Desde hacía varios minutos observaba a su esposa sin decir una palabra, jugando en su mente con las palabras que debía pronunciar.
─Tengo algo que contarte.
La joven se detuvo antes de hacer desaparecer otro pedazo de tarta en su boca.
─Sí.
─Esta semana me llegó una carta de la Municipalidad.
Nicole reclinó su cabeza sobre el dorso de la mano y cerró los ojos. Su rostro se transformó en el reflejo del aburrimiento, el de alguien que ha oído la misma explicación una y otra vez. Con un tenedor hacia dar vueltas por el plato a una cereza abrillantada.
─¿Siguen analizando el caso?
─No. Tomaron una decisión. Aceptaron el reintegro.
Nicole soltó el cubierto y miró a Eliot con sus ojos avellana bien abiertos.
─Eso es… Eso es increíble. Al fin después de tanto tiempo.
─Lo sé.
─¿Y ahora qué?
─Desde ayer tengo una cuenta en el banco y ya ordené las piezas faltantes. Debería poder comenzar a trabajar en el MC esta semana.
La muchacha se hundía cada vez más en el shock, incapaz de creer que las cosas al fin hubieran llegado a ese punto. Por una vez todo parecía estar a punto de arreglarse. Recordaba cómo había comenzado la asociación con su compañero y esposo y sabía que en esos momentos él también lo estaba haciendo.
2
Nicole despertó con el día se filtrándose por la ventana y derramándose sobre su rostro. Se sentó en la cama y volteó hacia las persianas que apartó con un tirón de la cuerda. Ante ella apareció el ya usual escenario de Los Despojos. Edificios convertidos en amasijos de hierro carbonizado, calles destrozadas y obstruidas por los escombros, vehículos reducidos moradas para toda clase de alimañas. El viento arrastraba nubes de polvo y toda clase de desperdicios que resistieron los peores días de la guerra. Colocó su mano sobre el cristal y la dejó allí por unos segundos, saboreando la idea de que si deslizara sobre el vidrio, el paisaje desaparecería como una mancha de humedad.
A pesar de eso, no era la devastación circundante lo que dejaba huella en su ser; una sola llamada recibida una semana antes había causado más daño. Como todas las mañanas desde entonces salió de la habitación para dirigirse al baño y tomar una ducha. Quince minutos después descendía al primer nivel de la PMM y recorría el pasillo que conducía a las habitaciones de internación. No entró en ninguna pues todavía no comenzaba su turno, al contrario caminó hasta la puerta de salida para enfrentarse directamente con el entorno antes visto. La diferencia estaba en que desde allí podía ver el campamento de refugiados en su totalidad: las carpas blancas de distintos tamaños, el personal médico circulando entre figuras harapientas que habían aprendido a vivir en las ruinas.
Había salido de Ciudad Nova consciente de lo que encontraría al llegar, estaba preparada para participar en las operaciones de rescate. Se había ofrecido como voluntaria movida por alguna extraña fuerza que la conducía de nuevo a Los Despojos. Era como si parte de ella quisiera ver como seguían las cosas en el exterior, lejos de las mayores comodidades de la civilización. De saber lo que ocurriría en su ausencia no se hubiera marchado.
Faltaban dos semanas para que el equipo regresara a casa y no tenía forma de cambiar eso.
Avanzó entre las personas sin decir nada, solo breves intercambios de miradas con sus compañeros o rápidos movimientos de cabeza. Todos sabían su historia y verla seguir con su trabajo de manera tan aplicada los hacía respetarla. Nicole entró en la tienda comedor en donde tomó una bandeja en la que se sirvió un vaso de café con unas rebanadas de pan. Se sentó en una punta de la mesa rectangular y comió con rapidez. A su alrededor se oían las conversaciones de los guardias de seguridad y de los refugiados como murmullos distantes a los cuales le costaba prestar atención. El trabajo podía distraerla por unos momentos, pero socializar solo consumía sus fuerzas.
Por su personalidad tenía facilidad para tratar con los niños, pero ese encanto natural se había desvanecido. Ahora tendía a encargarse de revisiones rápidas que le daban tiempo disponible al personal más solicitado. Hasta ese momento no esperaba que una solicitación mayor llegara hasta ella, ni siquiera cuando vio a uno de sus compañeros entrando al comedor a toda prisa. Este se acercó a ella y sin sentarse empezó a hablar:
—Nicole, que bueno verte. Necesito tu ayuda para un viaje al Sector Cinco.
—¿El complejo departamental? —preguntó dejando el vaso de lado— ¿No terminamos con ese lugar hace una semana?
—Eso creíamos, pero acabamos de recibir unas declaraciones sobre un refugiado sospechoso. Varios guardias van a venir por si acaso. Sospechan que sea un criminal de guerra o un posible terrorista.
Nicole dio un sorbo de café, con el desinterés pintado en el rostro.
—¿Y por qué vamos nosotros entonces?
—Por si no es un criminal, son las reglas para estos casos. Además piénsalo, si es un sujeto peligroso harán de su traslado a la ciudad una prioridad. Por los interrogatorios y todo eso. Y alguien del equipo médico va a tener que acompañarlo.
Sus dedos aplastaron el vaso de cartón y lo que quedaba de bebida terminó sobre sus ropas. No alcanzó a quemarse, pero estuvo a punto de ahogarse. El repentino ataque de tos la hizo doblarse sobre la mesa pero cuando el muchacho quiso ayudarla se incorporó de un salto.
—¡Vamos!
Sin esperar una respuesta abandonó la tienda seguida de su compañero.
3
Sus manos se movían por reflejo entre las herramientas a la vez que sus ojos escrutaban las piezas desparramadas a su alrededor. Había reunido aquellos repuestos tras largas horas de recorrer la ciudad, intercambiando algunos de ellos por sus escasas raciones. Las mismas ahora apenas alcanzaban para mantenerlo por más de una semana y su estómago protestaba por esta decisión. Pero no era la voz de su deteriorado metabolismo la que le preocupaba, sino las de su cabeza.
El trabajo las silenciaba.
Algo llegó hasta sus oídos. Y esta vez provenía del mundo exterior.
Poniéndose de pie se acercó a la ventana tapiada y observó por un hueco entre las tablas. Un vehículo blindado se estacionó frente al edificio y de él descendieron guardias armados. Se arrojó a tierra por reflejo a la vez que agradecía el hecho de que solo contara con la luz natural para su trabajo. La cercanía con el suelo hizo que el polvo allí reunido entrara a su nariz causándole un molesto cosquilleo.
Podía oir botas contra la derruida acera y el golpeteo de las armaduras blindadas.
Avanzó a gatas hasta la puerta que conducía al baño y una vez allí recogió la máscara conectada al tanque de oxígeno antes de saltar por un agujero en el suelo. No quería dejar su proyecto, pero tenía que buscar refugio mientras aquellos invasores inspeccionaban el edificio. Además, cualquiera que viera el contenido de ese cuarto creería que se trataba de chatarra abandonada durante la guerra. Así de buenos eran los repuestos conseguidos.
¿Por qué seguir entonces?
Porque eso acallaba las voces. Un trabajo mecánico, repetitivo e irrelevante.
En cierta forma eso era su vida ahora.
El agujero lo llevó hasta otro baño y desde ahí cruzó por los restos de una pared para llegar a un pasillo con uno de sus extremos bloqueado por el techo caído. La otrora elegante alfombra roja yacía bajo veinte centímetros de agua verdosa. En el extremo del pasillo que permanecía sano, un hueco de ascensor lo aguardaba. Corrió hasta él sin dedicarle ni una mirada a las puertas de los cuartos abiertas en su mayoría. Desde ellas las manchas de humedad brotaban como los tentáculos de algún ser grotesco cuya pesada respiración casi podía oír. O tal vez era el edifico estremeciéndose por el dolor de otro día de vida, rogando que de una vez sus cimientos colapsaran para terminar con el suplicio.
Al llegar al hueco se colocó el equipo con una maestría que demostraba práctica. Una vez que estuvo listo se lanzó por el túnel del ascensor, colmado también de aquella agua verdosa que lo rodeó en un instante. Sujetándose a la escalera de emergencia, inició el descenso. El túnel seguía su trayecto hasta volverse uno con la oscuridad reinante.
Odiaba ese lugar. Odiaba pensar de donde venía el agua. Pero lo necesitaba, era el único sitio donde sabía que no lo encontrarían. Nadie llegaría tan lejos en la búsqueda de supervivientes, y ningún superviviente estaría tan desesperado por no ser encontrado.
Excepto él.
Él tenía que permanecer allí hasta que ellos se fueran. Sólo, rodeado por la oscuridad y las aguas, respirando su rancio aliento contra la máscara de plástico. Escuchando las protestas de las voces de su cabeza mientras su mente lo llevaba al final del descenso.
Sus pies dieron con el techo del elevador, aplastado por la caída que había ocurrido años atrás. Desde donde había entrado aquel lugar era imperceptible por las sombras tejidas alrededor, pero lo difícil era controlar los nervios invocados por el sótano. No era extraño que edificios grandes como esos contaran con refugios antibombas, en especial durante los tiempos de la guerra.
Muchos se habían dirigido allí al comienzo del ataque pero algo salió mal. Un problema con el cierre hermético que convirtió el lugar en una fosa común. Aún así, no era la muerte flotante lo que lo alejaba del sótano, sino la vida que había brotado entre ella. Los constantes ataques que continuaron en la superficie abrieron un camino a las alcantarillas que los cangrejos no tardaron en encontrar. En aquel cementerio subacuático, la dieta antropófaga hizo alcanzar temibles dimensiones a unas criaturas que nunca fueron comunes para empezar. Así lo delataba su color blancuzco y diversas malformaciones.
Por eso odiaba el sótano.
Y por eso era el mejor lugar para esconderse.
Se aferró con fuerza a los barrotes y esperó.
SINOPSIS
Nicole es un miembro del equipo de rescate enviado desde Ciudad Nova para encontrar, ayudar y reintegrar a las personas que han perdido todo tras la última guerra. En su primera misión en Los Despojos, las ruinas de las grandes ciudades, conoce a Eliot, un muchacho sin memoria y que padece de extraños delirios. Aquel que sólo debería ser otro refugiado más, se vuelve de vital importancia para ella una vez que algo de su vida en Ciudad Nova sale mal.
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