Lug no quería ser el protagonista.
Si como imagino tú, querido lector, tienes un mínimo de años de experiencia en el campo de la lectura, sabrás que en la mayoría de ocasiones, el protagonista lo es, y punto. No es un terreno en el que quepa el debate: Sin protagonista, no hay historia, y por regla general éste sigue su camino sin ni siquiera ser consciente de su propia condición como personaje principal de una novela.
Pero Lug, por alguna extraña razón, sí era consciente de su condición. Así, sin más. Simplemente lo sabía. Igual que sabía, que no quería ser el protagonista.
¿Era de extrañar? Aquí, en esta dimensión a la que nosotros llamamos “realidad”, nos quejamos a menudo por lo sencillo y rutinario de nuestras vidas. Buscamos la emoción en cada pequeño detalle, y nos empeñamos en marcar la diferencia. Admiramos al héroe y anhelamos vernos reflejados en él, vivir sus aventuras, formar parte de sus hazañas, presenciar sus desgracias.
Qué patético.
Y qué cínico también. Porque imagino que a ninguno de vosotros, queridos lectores, os gustaría por ejemplo, correr campo a través con el fuego de un dragón pegado al trasero. O cargar con la gigantesca responsabilidad de salvar a todo un pueblo. Tampoco disfrutaríais tanto el veros obligados a despedir la tierra que os vio nacer, para ir a parar un mundo que no es el vuestro. O tener que ver morir a las personas que más queréis justo delante de vuestros ojos. Porque hay muchas cosas que en las novelas no se explican. Y aunque se hiciera, el lector difícilmente se haría a la idea de lo que suponen.
Pero Lug, sí lo sabía.
Por eso empaquetaba sus cosas a toda velocidad en la vieja mochila de viaje de su padre, con un brillo decidido en su mirada. Sus ojos, azules como el cielo, resplandecían serios, alumbrados por la luz palpitante de una bombilla.
Iba de aquí para allá, revolviendo entre los armarios para sacar prendas de ropa que luego metía sin doblar en la mochila. Una vez creyó tener todo lo necesario, la cerró y se la colgó en la espalda, dispuesto a salir por la puerta de su habitación.
Pero se encontró a alguien obstaculizándole el paso. Una niña de cabellos rubios, largos y ondulados, con los ojos tan azules como los de él. Vestía un camisón rosado, y le contemplaba con un gesto preocupado en su carita redondeada.
Él suspiró, rendido. Lo habían cazado.
-Maya. -Dijo.- ¿No se supone que deberías estar dormida?
-Y tú no deberías estar saliendo a estas horas. -Lo acusó a él. Lug se descolgó la mochila y se agachó frente a ella.
-Escúchame, debo hacerlo. -Ella bajó la mirada.- Sé que no lo entiendes, pero necesito que confíes en mi. Debo irme.
Maya lo miró de nuevo y frunció el ceño, contrariada. Sí, estaba claro que no lo entendía.
En casa de Maya y Lug, las cosas siempre habían ido bien.
Su padre, comerciante, viajaba a menudo y les traía objetos extraños y regalos de todo tipo con los que maravillarse. Su madre estaba al cargo de una tienda de dulces y cada día preparaba postres de aspecto delicioso que exhibir en el pequeño escaparate.
A Lug y a su hermana Maya nunca les había faltado de nada. Eran una familia unida, que se quería.
Y aún así, Lug quería irse. El comportamiento huraño e introspectivo del chico, era desde luego todo un misterio para ella.
Y es que Maya, al contrario que su hermano, no tenía ninguna consciencia sobre su condición de personaje, y por lo tanto, no intuía el futuro tan enrevesado que les esperaba unas cuantas páginas más allá. Quizá, si lo hubiera sabido, hubiera ayudado a Lug a hacer la maleta.
-Sé que te irás diga lo que diga. -Musitó.- Así que hazlo. -Lo miró a los ojos.- Pero prométeme que volverás.
Lug mantuvo su mirada fija en la de ella. Maya era muy madura para su edad. Siempre lo había sido. Se quedaron unos segundos eternos así, contemplándose mutuamente. Y luego el joven la atrajo hacia él para abrazarla con fuerza.
-Te lo prometo. -Le susurró. La niña apretó sus manos entorno a su cuerpo, deseando que no se apartara. Pero lo hizo.
Se alejó, cargó de nuevo la enorme mochila sobre su espalda, y salió finalmente por la puerta.
Maya se quedó allí, muy seria, viendo como él desaparecía sin mirar atrás.
“Sí, volveré. Pero lo haré cuando sepa cómo elegir mi propio camino.” Se dijo Lug. Pero mientras dejaba la casa de paredes grises a su espalda y recorría las calles anchas de la ciudad en la que vivía, se preguntó si lograría alguna vez huir de las palabras que habían escrito para él y tejer su propio destino.
De momento sabía hacia dónde tenía que ir.
En dirección contraria a la trama.
SINOPSIS
Las páginas de esta novela fácilmente podrían estar vacías: Su protagonista, Lug, ha decidido rebelarse contra su escritora y negarse a pasar las penurias que han sido diseñadas para él escapando muy, muy lejos… Pero ¿A dónde?
Quizá, viajando en sentido contrario de la trama, logre dar con el desierto en blanco donde habita esa voz omnipresente que vive con un pie en la realidad, y el otro en la página. Quizá en esa voz encuentre una vía de escape hacia una realidad que le permita tejer su propio camino junto a una joven de ojos ambarinos.
O quizá su destino está demasiado marcado como para poder dejarlo atrás.
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